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Durante aquella semana en que murió el seráfico Patriarca sucedió que la bienaventurada Clara, primera planta del hermoso jardín de Señoras Pobres del convento de San Damián, en la ciudad de Asís, imitadora perfectísima de Francisco en la observancia práctica del santo Evangelio, temerosa de morirse antes que él, pues a la sazón estaban !os dos gravemente enfermos, lloraba amargamente y apenas encontraba consuelo alguno. Porque juzgaba que difícilmente podría ver antes de su muerte a Francisco, que después de Dios era para ella su único padre, su consuelo y su maestro, como también su pri– mer fundamento y modelo en la vida de la gracia. Todo esto procuró la virgen Clara que llegase a conocimiento de Francisco, por media– ción de uno de sus religiosos. Al oír esto el Santo, que profesaba a Clara afecto verdaderamente paternal, sintió compasión por ella. Mas considerando que no era po– sible lo que deseaba, esto es, verla, tanto para su consuelo como para el de sus religiosas, le envió por escrito su bendición y le dispensó o perdonó cualquier defecto en que pudiera haber incurrido contra él y también, en cuanto podía, toda otra pequeña falta contra el Señor. Y para que desterrase de sí toda tristeza y dolor, dijo al religioso a quien enviaba con el encargo: Marcha y dí a fa hermana Clara que no tenga tristeza ni dolor si no puede verme tan pronto, pero que esté segura de que antes de su muerte me verán fo mismo ella que sus religiosas, y experimentarán con esto gran consuelo. Sucedió, pues, que a los pocos días murió Francisco, al anochecer, y, divulgada su muerte, acudió casi todo el pueblo y el clero de la ciudad de Asís al lugar donde expiró, llevando de allí el santo cuerpo, acompañándolo con himnos y cánticos espirituales. Portando cada uno palmas y ramos en las manos, lo condujeron, por disposición expresa del Señor, al convento de San Damián, para que se cumpliese lo que el mismo Señor había dicho por boca de Francisco y para consolar de este modo a sus hijas y siervas. Y abierta la reja de hierro por la cual solían comunicar las religio– sas y oír la palabra divina, los frailes tomaron del féretro el santo cuerpo y lo tuvieron en brazos por largo espacio de tiempo junto a la reja, hasta que Santa Clara y sus religiosas lo contemplaron a sa– tisfacción. Quedaron muy consoladas, no obstante hallarse llenas de dolor y de lágrimas, al verse privadas de los consuelos y advertencias de tan santo Padre. [Espejo de perfección CVIII.) Después de la muerte de Francisco, Clara logró conservar su mensaje en la forma más pura; tanto que San Damián es, toda– vía hoy, uno de los lugares con más encanto espiritual entre los muchos creados por el franciscanismo. Puesto avanzado, fuera de la ciudad, el monasterio se encon– tró en una situación crítica el año 1240 y la hermana Clara es– cribió en aquellos momentos una página de fe y de valor extra– ordinarios, que ha quedado clásica. 34 Durante el infortunio que, bajo el dominio del emperador Federico, en diversas partes del mundo sufría la Iglesia, el valle de Espoleta bebía con mayor frecuencia del cáliz de la ira. A modo de enjambre de abejas, así estaban estacionados en el valle, por mandato imperial, escuadrones de a caballo y arqueros sarracenos con el propósito de
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