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Junto a la hermana Clara, Francisco encontraba o buscaba la solución de muchos de sus problemas-personales o de la Orden-y junto a ella encontró los acentos poéticos más puros. 32 Hallábase Francisco, dos años antes de su muerte, en el convento de San Damián, en una pequeña celda hecha con esteras. Estaba tan gravemente enfermo de la vista, que por espacio de sesenta días no pudo mirar un solo momento la luz natural ni la artificial. En este estado le sucedió por permisión de la divina Providencia, que, para aumento de su pena y de su mérito, invadiese su estancia tal mul– titud de ratones que, pasando por encima de él y corriendo en derre– dor suyo, no le dejasen descansar ni consagrarse a la oración. Más aún, cuando tomaba el frágil alimento, se subían sobre la pobre mesa y le atormentaban en gran manera, por lo cual tanto él como sus compañeros tuvieron la certeza de ser aquello una tentación diabólica. Viéndose el bienaventurado Francisco atormentado con tantas tri– bulaciones, movido a compasión consigo mismo, cierta noche habló al Señor de esta manera: Señor, dignaos prestarme vuestro auxilio en fas enfermedades que padezco, para que pueda sufrirlas con pacien– cia. Y al momento oyó interiormente una voz que le dijo: «Dime, her– mano, si alguno en recompensa de estas tus enfermedades y tribula– ciones te diese un tesoro tan grande y precioso que en su comparación nada fuese el mundo entero, ¿no te alegrarías mucho con ello?» A esta pregunta respondió Francisco: Grande, Señor, sería este tesoro muy precioso, admirable en gran manera y digno de ser apetecido. Y otra vez oyó la misma voz, que le dijo: «Siendo esto así, hermano, con– suélate y alégrate en tus enfermedades y tribulaciones; por lo demás, estate tan seguro y tranquilo cual si poseyeras ya mi reino». Al día siguiente, al levantarse por la mañana, dijo Francisco a sus compañeros: Si el Emperador hiciera donación de un reino a cualquie– ra de sus vasallos, ¿cuánto no debería alegrarse éste? Mas si le hiciese dueño de todo su imperio, ¿cuánto mayor no sería su alegría? Y añadía: Debo, por tanto, de alegrarme mucho en mis enfermedades y trabajos, conformándome en todo con la voluntad del Señor, tribu– tando siempre acciones de gracias a Dios Padre, a su Unigénito Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo por el gran fervor que se ha dignado concederme. Esto es, por haberme asegurado a mí, indig– no siervo suyo, vivo aún en carne mortal, la posesión de su eterno reino, por lo CL1al, a honra y gloria suya, para nuestro consuelo y para edificación de los prójimos quiero escribir un nuevo cántico de alaban– zas de las criaturas al Señor, de que nos servimos diariamente, nece– sarias a la vida, con las CL1a!es, por desgracia, tanto ofenden los hom– bres al supremo Hacedor. Y continuamente somos ingratos a tantas gracias y a tantos beneficios como nos dispensa, si no alabamos y ben– decimos, en la forma que debíamos, a nuestro Criador y soberano Bienhechor. Sentado, se entregó algún tiempo a la oración, diciendo después: Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyos son los loores, la gloria, el honor y toda bendición. A Ti solo, Altísimo, convienen y ningún hombre es digno de hacer de Ti mención. Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el hermano sol,
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