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En la Porciúncula Francisco pidió y obtuvo morir. Creyó una desgracia vivir en el mundo, amó a los suyos hasta el fin y aceptó la muerte cantando. Como se acercara a los últimos días, en los cuales la luz perpetua y vivísima debía suceder a lo oscuro y deleznable, demostró con sus virtudes que nada tenía de común con el mundo. Atacado ya de aquella gravísima enfermedad, que puso fin a toda dolencia, hizo que le colocasen desnudo sobre la desnuda tierra, para que en aquella hora suprema, en la que el enemigo podía aún acometerle, luchara desnudo con el desnudo. Intrépido, esperaba con seguridad el triunfo, y, juntas las manos, abrazaba ya la corona de la justicia. Colocado de esta suerte en el suelo, despojado el ves– tido de saco, levantó, según costumbre, su rostro al cielo, y absorto todo él en la gloria, cubrió con la mano izquierda la llaga del costado derecho para que no se viese. Entonces dijo a sus religiosos: He cumplido cuanto me estaba confiado; Cristo os enseñe lo que debéis hacer vosotros. Después de esto levantó el Santo las manos al cielo y alabó a Je– sús, porque, ya desprendido de todo, libre se remontaba a El. Mas, para mostrarse en todas las cosas verdadero imitador de su Cristo Dios, amó hasta el fin a los hermanos e hijos, a quienes había amado desde el principio. Hizo llamar a sí a los religiosos que allí moraban, y consolándoles por su muerte con palabras tiernísimas y paternal afecto, les exhortó al amor de Dios. Hablóles de conservar la pacien– cia y la pobreza, anteponiendo a todas otras leyes el santo Evangelio. Sentados los religiosos en torno suyo, extendió sobre ellos su mano derecha y, comenzando por su Vicario, la puso sobre la cabeza de cada uno, y les dijo: Conservaos, hijos míos, en el temor de Dios y per– maneced siempre en él. Y porque se acerca grande tentación y tribu– lación, dichosos aquellos que permanecerán en las buenas obras co– menzadas. Yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os encomiendo. Ben– dijo en aquellos allí presentes a todos los ausentes desparramados por todas las partes del mundo, y a los que habían de venir después de ellos hasta la consumación de los siglos. (11 Celano CLXII, 214.216.) 2. SAN DAMIAN Rivotorto es el lugar del nacimiento de la fraternidad fran– ciscana, la Porciúncula donde crece y se madura y San Damián el lugar de la apertura y expansión. En esta perspectiva adquiere todo su relieve San Damián. Habían pasado siete años desde que Francisco, rezando ante el Crucifijo, recogió la misteriosa invitación. La noche del do– mingo de Ramos de 1212, Clara dejó su casa paterna y encontró a Francisco en Santa María de los Angeles. Después del rito de consagración en la pequeña capilla y de una breve permanencia en el monasterio de Benedictinas de Bastia, Clara llega a San Damián, que se convierte en la cuna de la primera fraternidad femenina franciscana. 31
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