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30 to, que nos sirve para rezar las lecciones de maitines». En aquel tiempo aún no tenían los frailes breviarios ni suficiente número de salterios. Enterado de estas razones, el bienaventurado Francisco respon– dió: Da este Testamento a nuestra madre, para que lo venda y socorra su necesidad, pues creo firmemente que esto será más agradable a Dios y a fa Santísima Virgen que si continuamos usándolo para el rezo. Y con esto fray Pedro lo entregó sin tardanza a la pobre. Bien puede, por tanto, decirse y escribirse de Francisco lo que se lee del santo Job: Con él salió del vientre de su madre y creció la miseri– cordia. Y si quisiéramos referir todo cuanto acerca de su caridad y com– pasión para con los religiosos y demás pobres oímos de los labios de otros, o vimos por nuestros propios ojos, sería para nosotros una cosa poco menos que imposible. (Espejo de perfección XXXVIII.) Hermana Jacoba de Sietesolios: Vivía Francisco en Santa María de los Angeles doliente de la en– fermedad de que murió. Cierto día llama junto a sí a sus compañeros y les dice: Hermanos míos, todos vosotros sabéis cuán afecta y bienhe– chora, tanto para mí como para toda nuestra Orden, fue y continúa siendo la señora Jacoba de Sietesolios. Juzgo, por tanto, que llevará muy a bien y recibirá en ello algún consuelo, si le damos noticias del estado en que me encuentro, y de paso que así lo hacéis, decidle que tenga la bondad de enviarme algún paño que en el color se asemeje al de la ceniza, y juntamente un poco de aquella comida que solía prepararme cuando estaba en Roma y me hospedada en su casa. A esta comida dan los romanos el nombre de mortariolum o tam– bién mostaccioli, que se hace con almendras, azúcar y algunas otras cosas. Era aquella mujer muy espiritual y una viuda de !as mejores y más ricas de Roma, que consiguió del Señor, por los méritos y predicación de Francisco, tal tesoro de gracia, que frecuentemente derramaba co– piosas lágrimas, y se sentía abrasada en el ardiente amor de Cristo, cual E'i fuese otra Magdalena. Escribieron, pues, una carta a dicha señora, indicándole todo cuan– to había dicho el Santo. Un religioso iba en busca de una persona que la llevase a Roma, cuando he aquí que al momento llamaron a la puer– ta del convento. Acudió un religioso para abrir la puerta, y, de buenas a primeras, no sin admiración, se encontró con la misma Jacoba de Sietesolios en persona, que había llegado con gran solicitud para vi– sitar al Santo. Al verla uno de los religiosos, corrió presuroso a dar la noticia al seráfico Padre, y, lleno de alegría, le dijo cómo la señora había venido de Roma con un hijo suyo y otras personas para visitarle. Y le preguntó: «¿Qué debemos hacer, Padre mío? ¿Le permitiremos la entrada para que venga junto a ti?» Hizo el fraile estas preguntas porque sabía que, por voluntad de Francisco y por la devoción y recogimiento del lugar, estaba ordenado que ninguna mujer entrase en aquel claustro. El Santo le respondió: No es preciso observar esta constitución en lo que se refiere a esta señora que vino de tan lejos, obligada por su grande fe y devoción. (Espejo de perfección CXIII.)

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