BCCCAP00000000000000000000541
paja, cuyas paredes eran de mimbres y revestidas de barro, conv1n1e• ron entre sí los asisienses y determinaron construir en poco tiempo, con gran devoción y diligencia, una casa grande y espaciosa, de pie• dra y cal, sin que el bienaventurado Francisco tuviese noticia de este intento, aprovechando su ausencia. Al regresar el seráfico Padre de cierta provincia y llegar a la ·Porciúncula, para asistir al Capítulo, no pudo reprimir su admiración a la vista del gran edificio que habían construido. Temeroso de que los frailes, con este ejemplo, pretendie• sen edificar conventos excesivamente grandes en los lugares donde moraban o habrían de morar en adelante, y, además, deseoso de que aquel lugar bendito fuese ejemplar y modelo de todos los otros lu– gares o conventos de la Orden, antes de terminarse el Capítulo subió al tejado de la casa, ordenando que subiesen también los frailes. Todos reunidos, comenzó con ellos a levantar las pizarras que cubrían el edificio y a arrojarlas a tierra, pretendiendo destruir la casa hasta los cimientos. Pero varios caballeros de Asís, que estaban allí para guardar el orden, a causa de la muchedumbre de gentes venidas de diferentes lugares con objeto de ver el Capítulo de !os frailes, al ver el intento del bienaventurado Padre y de sus compañeros se le acer• caron al instante y le dijeron: «Hermano, esta casa es propiedad del pueblo de Asís, y nosotros estamos aquí en su nombre; por lo cual nos oponemos a que destruyas nuestra casa». Al oír esto el Santo, les respondió: Siendo, pues, vuestra, me guardaré de tocarla. Y al mo• mento, tanto él como los demás frailes bajaron y abandonaron la em– presa. Por lo cual los habitantes de la ciudad de Asís establecieron que en adelante cuantos ejerciesen !a autoridad civil en el pueblo estuviesen obligados a cuidar de hacer en la casa todos los reparos que fuesen necesarios, lo cual se vino cumpliendo por espacio de muchísimos años. (Espejo de perfección VII.) La sucesión en el generalato: Para conservar la virtud de la santa humildad, pasados pocos años de su conversión, renunció ante todos los religiosos, en un Capítulo, el oficio de superior de la Orden, con estas palabras: Yo ya estoy muerto para vosotros. Aquí tenéis a fray Pedro Catáneo, a quien vos– otros y yo obedeceremos. Y postrándose en seguida delante de él, le hizo promesa de respeto y obediencia. Lloraban los religiosos y el dolor arrancaba hondos suspiros, viéndose huérfanos de tan bonda– doso Padre. (11 Celano CIV, 143.) La madre de los frailes: En otra ocasión, cuando moraba Francisco en Santa María de la Porciúncula, se le acercó una pobre viejecita, que tenía dos hijos en la Orden, pidiéndole una limosna. Al oír esto Francisco, dijo a fray Pedro Catáneo, que era entonces Ministro General: ¿Tendremos al– guna cosa que poder dar a esta nuestra madre? Pues tenía la cos– tumbre de llamar a la madre de cualquier religioso madre también suya y de todos los demás frailes. El interpelado le respondió: «En casa no tenemos nada que le podamos dar, pues ella desea sin duda una limosna de tal género que pueda remediar sus necesidades cor• porales. Pero en la iglesia tenemos un solo libro del Nuevo Testamen- 29
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz