BCCCAP00000000000000000000541

y de toda la comarca que llevasen de comer y de beber a aquella san– ta congregación. Y de pronto se vieron venir de todas aquellas tierras hombres con jumentos, caballos y carros cargados de pan, vino, habas, queso y otros buenos manjares, según lo necesitaban los pobres de Cristo. Traían, además, servilletas, jarras, vasos y otros utensilios ne– cesarios para tanta multitud, y se reputaba feliz el que más cosas podía traerles o servirles más esmeradamente; tanto, que hasta los caballeros, barones y gentileshombres, que sólo habían venido por ver– los, se les ponían delante a servirles con gran humildad y devoción. Al observar todo esto Santo Domingo y conociendo en ello la ac– ción de la divina Providencia, reconoció con humildad que se había engañado en juzgar de indiscreto el mandato de San Francisco. Arro– dillóse ante él, le declaró humildemente su culpa y añadió: -Verdaderamente que Dios tiene cuidado especial de estos santos pobrecillos, y yo no lo sabía. De hoy en adelante prometo observar la pobreza evangélica, y maldigo, de parte de Dios, a todos los frailes de mi Orden que presuman tener propiedad en ella. Santo Domingo partió muy edificado de la fe del santísimo Fran– cisco y de la obediencia y pobreza de tan grande y ordenado colegio, como también de la divina Providencia y de la copiosa abundancia de todo bien. En este Capítulo dijeron a San Francisco que muchos frailes lleva– ban a raíz de la carne cilicios y argollas de hierro y que, por esta causa, enfermaban muchos, y algunos morían, y otros quedaban inhá– biles para orar. San Francisco, como discreto Padre, mandó por santa obediencia que todos los que tuviesen cilicios o argollas de hierro se los quitasen y pusiesen delante de él; y así lo hicieron. Se contaron más de quinientos cilicios de hierro y muchas más argollas, unas de los brazos y otras de la cintura, de modo que hacían un gran montón; y todo lo hizo dejar allí el Santo. Terminado el Capítulo, San Francisco confortóles a todos en la vir– tud y les enseñó cómo habían de pasar por este malvado mundo sin contaminarse con el pecado y los mandó a sus provincias con la ben– dición de Dios y la suya, llenos de consuelo y alegría espiritual. En alabanza de Cristo. Amén. (Florecillas XVII.) En la Porciúncula, Francisco y la Orden toman conciencia de los problemas que cruzarán por la historia del movimiento fran– ciscano: cómo conciliar la pobreza con el gran número de suje– tos y de actividades, cómo determinar el sistema de gobierno de la Orden, cómo plantear las relaciones los hermanos entre sí, con sus familiares y con los bienhechores ... He aquí algunos detalles encantadores que acusan el eco de tales problemas: 28 Las casas demasiado grandes: Al acercarse la celebración del Capítulo general, que se tenía cada año en Santa María de la Porciúncula, y considerar el pueblo de Asís que los frailes iban aumentando cada día, y que todos los años se reunían allí, donde sólo tenían una celdita muy reducida y cubierta de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz