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-En verdad que éste es el campamento y el ejército de los caba– lleros de Dios. En toda aquella multitud no se oía ninguna charla frívola o vana, sino que doquiera había un grupo de frailes, ya oraban o rezaban el Oficio, ya lloraban sus pecados y los de los bienhechores, o trataban de la salud del alma. Había en aquel campo ciertos cobertizos, ya de mimbres o ramas delgadas, ya de esteras, dispuestos separadamente para cada grupo, según las diversas provincias a que pertenecían los frailes; y por eso se llamó el Capítulo de las Esteras. La cama era la desnuda tierra, y el que más tenía un poco de paja; servía de almo– hada una piedra o algún madero. Y se movían tanto a devoción los que aquello oían o veían, y era tal la fama de santidad, que de la Corte del Papa, que estaba en Pe– rusa, y de todo el país del valle de Espoleta venían muchos condes, barones, gentileshombres y caballeros, muchos ciudadanos, cardena– les, obispos, abades y otros eclesiásticos para ver aquella congrega– ción tan santa, tan numerosa y tan humilde, pues jamás el mundo había visto mayor número de santos hombres reunidos; y, principal– mente, venían a ver al que era cabeza y padre santísimo de toda aquella santa multitud, el cual había robado al mundo tan bella presa y había reunido tan hermosa y devota grey para seguir las huellas del verdadero Pastor, Jesucristo. Reunido todo el Capítulo general, el santo Padre de todos y Mi– nistro general, San Francisco, expuso fervorosamente lo que el Espí– ritu Santo le hacía hablar y tomó por tema del sermón estas palabras: -Hijos míos, grandes cosas hemos prometido; pero mucho mayo– res nos las tiene Dios prometidas, si observamos las que le prometi– mos y esperamos con certeza las que El nos promete. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le sigue después es perpetua: pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la gloria de la otra es infinita. Y predicando devotísimamente sobre estas palabras, alentaba y mo– vía a sus frailes a la obediencia y reverencia hacia la Santa Madre Iglesia, a la caridad fraterna, a adorar a Dios en nombre de todo el pueblo, a tener paciencia en las adversidades del mundo y templanza en las prosperidades, a conservar la pureza y castidad angélica, a vivir en paz y concordia con Dios, con los hombres y con la propia con– ciencia, y al amor y guarda de la santísima pobreza. Y al llegar aquí dijo: -Por el mérito de la santa obediencia os mando a todos los que estáis aquí reunidos que ninguno se tome cuidado o solicitud por cosa alguna de comer o beber o de cuanto pueda ser necesario al cuerpo, sino atended tan solo a orar y alabar a Dios, y dejadle a El todo el cuidado del cuerpo: porque tiene especial providencia de vosotros. Todos recibieron este mandato con corazón y semblante alegre y, terminado el sermón de San Francisco, se pusieron en oración. Santo Domingo, que a todo estuvo presente, se maravilló mucho de dicho mandato y lo juzgaba indiscreto, no pudiendo comprender cómo había de gobernarse tan grande multitud sin tener cuidado o so– licitud alguna de lo necesario al cuerpo. Pero el principal Pastor, Cristo bendito, queriendo mostrar cómo cuida de sus ovejas y el singular amor que tiene a sus pobrecillos, inspiró inmediatamente a las gentes de Perusa, Espoleta, Foligno, Asís 27
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