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gracia, después de consultarlo con sus monjes, concedió al bienaven– turado Francisco y a sus frailes la iglesia de Santa María de los An– geles, como la menor y más pobrecilla que pudiesen tener. V dijo el Abad al bienaventurado Francisco: « He aquí, hermano, que accedimos a tu petición. Pero si el Señor aumenta vuestra Orden, queremos que este lugar sea como cabeza de todos los vuestros». V agradaron estas palabras al bienaventurado Francisco y a sus frailes, y el bienaventurado Francisco alegróse en gran manera de que tal lugar fuese concedido a sus frailes, especialmente por llevar la iglesia el nombre de la Madre de Dios y ser pequeña y pobrecilla, y por llamarse de la Porciúncula, en lo cual se significaba que debía ser cabeza y madre de los pobrecillos frailes Menores. Aunque el Abad y los monjes la habían concedido liberalmente al bienaventurado Francisco y a sus frailes, sin embargo, el Santo quiso, como buen y sabio maestro, edificar su casa, es decir, su Religión, sobre la piedra firme de la santa pobreza, y enviaba anualmente a di– cho Abad y a los monjes una canastilla llena de peces, que llaman tencas, como señal de mayor humildad y pobreza, a fin de que los frailes nada poseyesen que no fuese propiedad de otro, y así nunca pudiesen disponer de ello. Mas, cuando los frailes llevaban cada año los peces, el Abad y los monjes, en atención a la humildad del bien– aventurado Francisco, que hacía esto voluntariamente, obsequiaban a los frailes con un cántaro de aceite. (Espejo de perfección LV.) Nueve años después del trasplante a Santa María de los An– geles, la Orden es ya un árbol frondoso. En el mes de mayo de 1217 (según algunos, 1219) confluyen en ese sitio, cuna de la Orden, hasta cinco mil frailes menores para celebrar su Capí– tulo general. Son tantos que no pueden albergarse en ningún edificio y tienen que improvisar un campamento de ramajes y chozas: es el Capítulo de las Esteras. 26 El siervo fiel de Cristo, San Francisco, convocó una vez a Capítulo general en Santa María de los Angeles; se reunieron más de cinco mil frailes y asistió también Santo Domingo, cabeza y fundador de la Or– den de los frailes Predicadores, el cual pasaba entonces de Borgoña a Roma, y al saber la reunión del .Capítulo que San Francisco hacía en la llanura de Santa María de los Angeles, fue a verlo con siete frailes de su Orden. Concurrió, además, un Cardenal dovotísimo de San Francisco, al cual había éste profetizado que llegaría a ser Papa, y así sucedió. Este Cardenal había venido de propósito a Asís desde Perusa, donde estaba la Corte; todos los días venía a ver a San Francisco y sus frailes, y unas veces cantaba la misa y otras predicaba a los frailes en el Capí– tulo. Y recibía grandísimo consuelo y placer siempre que visitaba aquel santo colegio, al ver sentados los frailes en el l!ano alrededor de San– ta María en grupos de cuarenta, cien, doscientos o trescientos juntos, todos exclusivamente ocupados en hablar de Dios, en rezos, en devo– tas lágrimas y en ejercicios de caridad; y estaban con tanto silencio y modestia, que no se oía allí ningún ruido. Maravillado de tan grande y bien ordenada multitud, decía llorando de devoción:

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