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1. SANTA MARIA DE LOS ANGELES EN LA PORCIUNCUlA Santa María de los Angeles en la Porciúncula es una de las muchas capillas que Francisco se puso a reparar después de su conversión. En esta tarea empleó tres años. La mañana del 24 de febrero de 1208 su atención quedó prendida por el pasaje evangélico que el sacerdote había leído en la misa celebrada precisamente en Santa María. El sentido de la invitación de Cris– to se le hizo entonces más claro. Leíase cierto día en aquella iglesia el Evangelio que relata la ma– nera cómo el Señor envió a sus discípulos a predicar la palabra di– vina, y Francisco, que estaba allí y escuchaba atentamente la lectura, apenas terminada la celebración de la santa misa, acercóse al sacer– dote, suplicándole encarecidamente le expusiese el sentido de lo que había escuchado. El ministro del Señor hizo la deseada explicación con buen orden y claridad, y al oír nuestro Santo que los servidores de Cristo no debían poseer oro, ni plata, ni dinero, ni llevar en sus viajes alforjas, ni saco, ni provisión, ni bastón en que apoyarse, ni usar calzado, ni dos vestidos, y que debían predicar la penitencia y el reino de Dios, al punto, como movido por el espíritu del Señor, exclamó: Esto es lo que yo quería, esto es Jo que yo buscaba, y esto con todo mí córazón deseo cumplir. (1 Celano IX, 220.) Rivotorto representará siempre la utopía del movimiento fran– ciscano, algo así como la infancia en el arco de la vida humana. El paso a la Porciúncula señala la fase necesaria de un creci– miento, con todos los problemas que lleva consigo todo creci– miento, y Francisco tiene conciencia de ello. Como viese el bienaventurado Francisco que el Señor se dignaba multiplicar el número de sus frailes, dijo a éstos: Carísimos hermanos e hijos míos, veo que el Señor quiere acrecentar nuestro número, por lo que me parece conveniente que obtengamos del Obispo, o de los canónigos de San Rufíno, o del Abad de San Benito, alguna iglesia donde los fraífes puedan decir el Oficio dívíno. Y que tenga al lado una casita, hecha de barro y mimbres, en donde los freí/es puedan descansar y trabajar. Pues este Jugar que habitamos no es decente, ní basta para los frailes, una vez que el Señor se digna aumentar su número, y, sobre todo, carece de iglesia para el rezo de fas horas ca– nónicas. Y si muriese algún fraile, no sería conveniente sepultarlo aquí o en la iglesia de clérigos seculares. Este razonamiento agradó a todos los frailes. Fuese, pues, al Obispo de Asís y repitió ante él las expresadas pa– labras. « Hermano-respondió el Obispo-, no dispongo de iglesia al– guna que pueda darte.» Y en el mismo sentido le respondieron tam– bién los canónigos. Dirigióse entonces al Abad de San Benito del Monte Subiaco y ma– nifestóle el mismo deseo. El Abad, piadosamente movido por la divina 25
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