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prosas, trasladáronse a Santa María de la Porciúncula, junto a la cual habían estado algún tiempo en una casita, antes de haber obtenido aquella iglesia. (Leyenda de los tres compañeros XIII, 55.) El grano había sido arrojado en surcos de tierra buena. In– cluso había dado brotes que podían ser ya trasplantados; a San– ta María de los Angeles, a San Damián, dondequiera. En Rivotorto, Francisco comprendió que la experiencia que había vivido hasta entonces debía participarla a otros-hombres y mujeres-que, cada vez con más frecuencia, pedían unirse a él. Jamás había pensado en ser un fundador de órdenes como Benito, como Pacomio, pero ahora viene a caer en la cuenta de que está a punto de serlo por vocación de Dios. 22
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