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En una fraternidad tan « indefendida» podían entrar también frailes moscas, pero no podían prosperar y seguir: En los principios de la Orden, hallándose los frailes en Rivotorto, cerca de Asís, había entre ellos uno que apenas se dedicaba a la ora– ción ni al trabajo y se resistía a ir en busca de limosna, pero en cambio comía bien. Observó esto el bienaventurado Francisco, cono– ció desde luego con la luz del Espíritu Santo que aquél era un hombre carnal, y le dijo: Anda a tu casa, «hermano Mosca», pues quieres ali– mentarte a costa de tus hermanos, mientras estás ocioso para todo lo que pertenece al servicio del Señor, como zángano de colmena, que no trabaja ni gana, y, con todo, pretende sustentarse con la laborio– sidad y ganancias de las abejas obreras. Oída, mal de su gusto, esta reprensión, aquel fraile marchó a su casa; y como carecía de verda– dero espíritu religioso, no pidió misericordia ni la encontró. (Espejo de perfección XXIV.) Era una fraternidad de testimonio: Así, cuando por aquel tiempo el Emperador Otón, con motivo de ir a recibir la corona imperial, hubo de pasar por aquellos lugares con gran pompa y acompañamiento, el santísimo Padre, que permanecía aún en la antedicha choza, situada junto al camino del tránsito, no salió de la misma para verle, ni permitió lo hiciese ninguno de sus discípulos, excepto uno que, al paso del Emperador, le anunciase re– petidamente que toda su gloria duraría muy poco tiempo. Permanecía el glorioso Padre recogido en sí mismo, y, paseándose por los anchos senos de su espíritu, preparaba en ellos una morada digna de Dios, y por esto no llegaba a sus oídos el clamor de la tierra, ni era posible que voz alguna le conmoviese e interrumpiera su atención en el gra– vísimo asunto que traía entre manos. Estaba investido de autoridad apostólica, y por eso se excusaba en absoluto de adular a reyes y a príncipes. Procedía siempre con santa sencillez y no permitía que lo reducido del lugar impidiese la libertad del alma. (1 Celano XVI, 43.) Como todos los sueños, también aquel de Rivotorto era ma– ravilloso y frágil. Bastó un día y la torpeza de un gesto para di– siparlo. Allí estaban los frailes cuando, cierto día, llegó un rústico, con su burro, decidido a instalarse con el animal en aquel sitio. Y para que los religiosos no le rechazasen, al verle entrar con el burro, dijo hablando con éste: «Entra, porque haremos un bien en este lugar». Al conocer el santo Padre las palabras y la intención del rústico, se indignó contra él, sobre todo por haber hecho gran ruido con su burro, inquietando a los frailes que estaban dados a la oración y al silencio. Dijo el varón de Dios a los religiosos: Hermanos, sé que no nos ha llamado Dios para preparar hospedaje a un burro ni para tener frecuen– tes visitas de los hombres, sino para predicar de vez en cuando a los hombres el camino de la salvación y darles saludables consejos y, so– bre todo, para que nos consagremos a la oración y acción de gracias. En consecuencia, dejando dicho tugurio para uso de los pobres le- 21

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