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20 y encended pronto la luz! Hecho esto, añadió: ¿Quién es el que ha di– cho que se estaba muriendo? Y el que había pronunciado aquella ex– clamación respondió: «Yo soy». Francisco le dijo: ¿Qué te pasa, her– mano mío? ¿Por qué dices que te mueres? «Desfallezco de hambre», contestó el interpelado. Entonces el bienaventurado Padre ordenó que inmediatamente se preparase la mesa; y, como hombre que estaba lleno de caridad y discreción, se sentó a ella en compañía de aquel religioso y comió con él, para que la vergüenza no le impidiera hacerlo solo; y, por disposición del mismo Padre, todos los demás religiosos comieron también. Para entender esto es preciso tener presente que tanto aquel reli– gioso como los otros compañeros de Francisco hacía poco tiempo que se habían convertido al Señor y mortificaban sus cuerpos más de lo debido. Terminada la comida, dijo Francisco a los religiosos: Herma– nos míos carisimos, os aconsejo que cada uno de vosotros examine su propia naturaleza y complexión. Pues si es cierto que alguno de vosotros podrá sustentarse tomando menos alimento que otros, sin embargo, quiero que aquel que necesita mayor cantidad no se empeñe en imitar al que necesita menos, antes al contrario, conocedor de su propia complexión, proporcione a su cuerpo cuanto necesite para ser– vir al espíritu. Pues de igual modo que debemos abstenernos de todo exceso en la comida, tan perjudicial al alma como al cuerpo, así tam– bién debemos evitar la excesiva abstinencia, mucho más al saber que dice el Señor: «Más me agrada la imisericordia que el sacrificio». Además les dijo: Carísimos hermanos mios, lo que acabo de hacer, es decir, el haberos hecho comer con nuestro hermano, para que él no se avergonzase de comer solo, lo hice obligado por la necesidad y la caridad; pero os aseguro que en adelante no lo pienso volver a hacer, porque no lo juzgaría religioso ni honesto. Quiero, por lo tanto, y mando a todos vosotros, que cada uno procure dar al cuerpo, según lo permita nuestra pobreza, todo lo necesario para conservar la vida. (Espejo de perfección XXVII.) Se incorporaban a una tal fraternidad mediante un noviciado generosidad probada y auténtica: En los principios de la Orden, y cuando Francisco se hallaba en Ri– votorto con los dos solos compañeros que entonces tenía, se le acer– có cierto hombre, llamado Gil, el tercero de sus religiosos. Quería abandonar el mundo y abrazar el género de vida de Francisco. Perma– neció allí algunos días, vestido aún con las ropas que traía del siglo. Llegó entonces a aquel sitio un hombre, pidiendo limosna al bienaven– turado Francisco. Vuelto entonces el Santo al nuevo compañero Gil, le dijo: Da tu capa a este pobre, hermano nuestro. V al momento, qui– tándosela de los hombros, lleno de alegría, la entregó al pobre. Conocióse desde luego que el Señor había infundido nueva y copio– sa gracia en el corazón de aquel nuevo religioso, por la alegría con que dio su capa al pobre. Después de esto fue recibido por Fran– cisco en su Orden, en la cual fue adelantando siempre en la práctica y perfección de las virtudes hasta la muerte. (Espejo de perfec– ción XXXVI.)
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