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movido de piedad les enviaba limosna por otra persona, pero volvía el rostro y se tapaba las narices con las manos. Confortado por la gracia de Dios, sucedió, como se le había anun– ciado, que llegaría a querer las cosas que antes le causaban horror y a odiar las que indebidamente había amado, y así de tal modo se hizo amigo de los leprosos que, según él mismo refiere en su Testa– mento, vivía entre ellos y les servía con misericordia. (Leyenda de los tres compañeros IV, 11.) El servicio a los leprosos constituyó el noviciado de San Fran– cisco, que después impuso también, como prueba de vocación, a sus primeros seguidores. Por ello, en los principios de su Orden deseó que sus religiosos permaneciesen en los hospitales de los leprosos dispuestos siempre a servirles, para que allí se fundamentasen en la santa humildad. Y así, cuando los ricos, como los pobres, pretendían entrar en la Orden, entre otras muchas cosas que se les encargaba, la que más especial– mente se les recomendaba era que debían consagrarse al servicio de los leprosos, permaneciendo en sus casas u hospitales, como se dis– ponía en la primera Regla. (Espejo de perfección XLIV.) 2. El CRUCIFIJO DE SAN DAMIAN Si el beso del leproso representa la dimensión humana y casi social de la conversión de Francisco, el crucifijo de San Damián compendia más bien la dimensión exquisitamente reli– giosa y cristiana. Algunos días después le fue dicho en espíritu, mientras paseaba junto a la iglesia de San Damián, que entrase en ella para orar. Entró, pues, y comenzó a rezar al Señor devotamente ante la imagen de un Crucifijo, que le habló, piadosa y benignamente, diciéndole: • Francis– co, ¿no ves que ésta mi casa se derrumba? Anda, pues, y repára– mela». Tembloroso y estupefacto contestó: Señor, con gusto lo haré. Pero entendió las palabras que le dijeron como referidas a aquella iglesia, antigua y ruinosa por el desgaste del tiempo. (Leyenda de los tres compañeros V, 13.) Francisco comprendió de manera muy concreta y literal la invitación a restaurar la pequeña iglesia en ruinas. Pero no era posible otro camino sino aquel de la fidelidad a una llamada que iría clarificándose progresivamente. 18 La referida visión y coloquio del Crucifijo le llenó de gozo. Des– pués se levantó, fortalecido con la señal de la cruz, y montando a caballo, con la carga de géneros de diversos colores destinados a la venta, fue a la ciudad de Foligno, donde los vendió todos e incluso, como mercader afortunado, vendió también su caballo.
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