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1. CASA GUALDI Cuando vas como peregrino a Asís para conocer, a través de una particular experiencia, la figura de Francisco, debes hacer una parada-que muchos peregrinos lamentablemente no ha– cen-en la Casa Gualdi. Donde está esta casa se levantaba, en el siglo XIII, la lepro– sería de la ciudad. Justamente aquí se cruzaban dos caminos: uno que descendía hacia Santa María de los Angeles y otro lla– mado Vía Francisca (de los Franceses, es decir, de los extran– jeros que pasaban en dirección a Roma). Quizá sobre la base de un modelo inspirado, a través del Evangelio, en la sociedad judía, la cristiandad medieval era muy rigurosa aislando los le– prosos. Asís los confinaba en aquel punto, a medio camino en– tre la ciudad y la llanura de Santa María de los Angeles. Fue aquí, en uno de los dos caminos, donde tuvo lugar el episodio del beso al leproso, hecho al que Francisco atribuye una impor– tancia capital en el proceso de su conversión: 2 El Señor me concedió a mí, fray Francisco, que así comenzase a hacer penitencia. Pues cuando yo estaba envuelto en pecados, me era muy amargo ver los leprosos; y el Señor me condujo entre ellos y los traté con misericordia. V apartándome de ellos, lo que antes me pa– recía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo. V pa– sado algún tiempo salí del siglo. (Testamento de San Francisco.) Cierto día estaba en oración y le respondió el Señor: «Francisco, es necesario que desprecies y odies todas las cosas que amaste con amor carnal y deseaste poseer, si quieres conocer mi voluntad. Una vez que comiences a poner esto en práctica te será insoportable y amargo lo que antes te parecía dulce y suave, y, en cambio, encon– trarás gran dulzura y suavidad inefable en aquellas cosas que antes aborrecías". Gozoso Francisco por ello, y confortado en el Señor, caminaba un día a caballo por las cercanías de Asís cuando encontró un leproso y, a pesar del gran horror que siempre les había tenido, bajó del ca– ballo y, con gran fuerza de voluntad, le entregó una moneda, al mis– mo tiempo que le besaba las manos y le daba el ósculo de paz. Montó nuevamente a caballo y continuó el camino. Desde entonces comenzó a despreciarse más y más, hasta llegar, por la misericordia de Dios, a una completa victoria de sí mismo. Pocos días después fue al hospital de los leprosos, con una con– siderable cantidad de dinero, y, reunidos todos los leprosos presentes, dio a cada uno limosna besando sus manos. Al apartarse de ellos se le trocó en dulzura, no sólo el verlos, sino incluso al tocarlos, cosa que antes le había sido verdaderamente amarga; tan amarga, que no solamente le horrorizaba su vista, sino que rehuía acercarse al lugar donde moraban, y, si por casualidad acertaba a pasar por tales sitios, 17

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