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al sur, Spello y Foliño, hacia donde partió Francisco una mañana de primavera de 1205, a caballo, para unirse a los cruzados. Más allá de Foliño, en Espoleta, donde el valle se cierra do– minado por el gran castillo longobardo, lo detuvo una visión (o un sueño): Cuando se disponía a poner en práctica el viaje a Apulia, al llegar a Espoleta le sobrevino una pequeña indisposición, y, entregado al des– canso, con la preocupación del viaje, oyó durante el sueño nocturno que alguien le llamaba y preguntaba adónde deseaba ir. Contestó Fran– cisco claramente y expuso por completo sus planes, y el que se le había aparecido en sueños añadió: -¿Quién te puede ayudar mejor, el señor o el siervo? Francisco respondió: -El Señor. Continuó: -¿Por qué, pues, abandonas al señor por el siervo? Francisco dijo: -Señor, ¿qué es lo que deberé hacer? Respondió: -Vuelve a tu tie- rra para hacer allí lo que se te dirá, porque la visión que has tenido debes interpretarla de modo diferente. Una vez despierto, comenzó Francisco a pensar seriamente sobre esta visión. Y así como en la primera el gozo intenso le había enaje– nado y sacado de sí, ganoso de prosperidad temporal, en ésta se re– cogió de tal modo en su interior, al admirar y considerar atentamente su contenido, que ya no pudo dormir más todo el resto de la noche. Amanecía cuando regresaba apresuradamente hacia Asís, alegre y go– zoso en extremo, en espera de que Dios le manifestase su voluntad, como se lo había indicado, y le diese consejo referente a la salvación de su alma. (Leyenda de los tres compañeros 11, 6.) Los sueños son un espía clásico de la personalidad profun– da: ahora ya los mensajes que subían del yo profundo de Fran– cisco adquirían la transparencia de los presagios. A los sueños nocturnos se unían, siempre más frecuentemente, los sueños con los ojos abiertos. En Asís existía, reconocida por el Ayun– tamiento, la «Compañía del Cetro», formada por jóvenes que se reunían para organizar fiestas y banquetes. El jefe de esa com– pañía recibía un cetro y dictaba las normas sobre el modo de realizar los banquetes y las fiestas y sobre el procedimiento para abonar los gastos, haciendo honor, naturalmente, a la pro– pia dignidad ... real. Poco después de su regreso a Asís, elegido, cierto día, por sus compañeros como jefe y señor para que pudiese hacer gastos a su antojo, mandó preparar un opíparo banquete, como otras muchas ve– ces había hecho. Una vez terminado, salieron de la casa, precedido Francisco de sus compañeros, que iban cantando por la ciudad. A fuer de señor caminaba Francisco detrás, con un bastón en la mano, pero no cantaba, sino que escuchaba atentamente. De pronto se sintió vi– sitado del Señor, y su corazón se llenó de tal dulzura, que no podía hablar ni moverse del lugar, ni oír ni sentir otra cosa sino aquella dulzura, la cual en tal forma le había enajenado los sentidos corpo– rales que, según después confesó, hubiéranle descuartizado y no fue- 13
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