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la posibilidad de lograr tantos sueños de promoción social hacia la clase noble. En los mismos reproches que dirigía a Francisco porque gastaba demasiado se advierte un detalle implícito de orgullo; advirtiéndole que se sobrepasaba a veces, le hacía ver que se olvidaba de que era hijo de un mercader, aunque fuese rico, y que se comportaba como «un gran príncipe». El joven Francisco: Ya adulto, y de sutil ingenio, ejerció el oficio de su padre, es de– cir, el comercio, pero de muy diferente modo, pues era más alE¡gre y liberal que el padre, y dado a los juegos y cantares. Asociado con otros semejantes, recorría la ciudad de Asís de día y de noche. Era en el gastar tan liberal, que todo cuanto podía tener y ganar lo gas– taba en convites y otras cosas, hasta el punto de tener que ser re– prendido de sus padres, quienes le decían que, al hacer tan grandes gastos consigo y con otros, más que hijo suyo parecía serlo de un gran príncipe. Sin embargo, como sus padres, que eran ricos y le amaban ternísimamente, tolerábanle semejantes cosas, por no querer causarle molestia. Cuando entre los vecinos se sacaba la conversación sobre esta prodigalidad, la madre, Pica, respondía: «¿Qué os habéis creído de mi hijo? Todavía lo veréis hijo de Dios por la gracia». Pero no sólo era liberal. e incluso pródigo en esto, sino que gas– taba también sin miramientos en los vestidos, haciéndolos más caros de lo que era decoroso a su estado. Incluso era tan vanidoso en la curiosidad, que a veces hacía coser en un mismo vestido junto a un paño de subido precio otro de valor insignificante. (Leyenda de los tres compañeros l, 2.) Dominado totalmente por sueños de refinamiento y grandeza, no podía reprimir ciertos prontos. incluso de orgullo; pero luego se arrepentía, apenas caía en la cuenta, porque era de natural bueno. Estaba cierto día en el comercio, todo solícito en vender paños, y llegó un pobre a pedir limosna por amor de Dios, y, como se la ne– gase, movido por el afán de riquezas y por el cuidado de la mercan– cía, tocado luego de la gracia divina, comenzó a recriminarse por su grosería en estos términos: Si ese pobre te hubiera pedido algo en nombre de un gran conde o barón, sin duda le hubieras dado lo que te pedía. ¡Con cuánta más razón debiste haberlo hecho en nombre del Rey de los reyes y Señor de todas las cosas! Por este motivo propuso desde entonces en su corazón no negar en adelante cosa alguna que le pidieran en nombre de tan gran Señor. (Leyenda de los tres com– pañeros 1, 3.) Francisco era ya, en Asís. un príncipe: príncipe de la juven– tud de la ciudad. Inconscientemente aspiraba ya a un suceso significativo que le diese una especie de investidura ante la opinión pública. 11

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