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1. AS IS Si la ves en una clara mañana de otoño o invierno, cuando los turistas y peregrinos son raros, cuando los coches y autobu– ses son pocos, te puedes hacer una idea de la Asís de San Fran– cisco, con las casas de piedra viva y las callejuelas estrechas como hoy, quizá entonces más en desorden y menos enlosadas, con los edificios apiñados dentro de unas murallas más reduci– das y vigiladas desde la «Rocca» y, naturalmente, sin algunas construcciones que hoy forman parte de su patrimonio {como el Sagrado Convento y otras) que desfiguran los alrededores. Poco más o menos es la misma Asís, que ha quedado mila– grosamente intacta y viva-es decir, no profanada y ni siquiera rebajada a museo-, con inevitables adaptaciones y retoques, con elementos cuyo significado se ha perdido, como la « puerta del muerto» de la que hablan las guías. ¿Qué es la «puerta del muerto»? Una pequeña puerta, junto al ingreso principal de la casa, la cual, según la leyenda, se abría solamente para dejar pasar, en silencio, los ataúdes con los muertos de la familia, que no debían pasar por la misma puerta que utilizaban los vivos. Evidentemente, se trata de la reelabora– ción fantástica de una realidad históricamente diversa. Lo más probable es que las casas antiguas tenían dos tipos de puertas. Una, ancha y normal, a nivel de la calle, daba acceso a la tienda, al almacén, al establo; la otra, con el umbral elevado aproxima– damente un metro sobre el nivel de la calle, comunicaba con la vivienda. Se llegaba a ella mediante una escalera de madera, que se retiraba a la noche a fin de hacerla menos accesible y asegurar mejor a los habitantes de los ataques y de las sorpre– sas. Cuando mejoraron las condiciones de seguridad, esas pe– queñas puertas fueron tapiadas o transformadas en ventanas, e incluso se conservaron, pero facilitando el acceso a ellas me– diante escaleras fijas de piedra. Resulta sugestivo imaginarse que a través de la «puerta del muerto» pasaría Clara, cuando huyó de casa, en plena noche, para reunirse con Francisco en Santa María de los Angeles. Y seguramente pasaron por ella muchos jóvenes de Asís-incluso Francisco-para reunirse con los amigos después del anochecer o para regresar a casa ya tarde sin que los padres lo advirtiesen. Cuando Asís, pues, se abisma en el encanto atemporal de una mañana sin peregrinos y sin turistas, estás en el momento que no debe perderse si quieres vivir la Asís de entonces-aque- 9

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