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488 Francisco Iglesias pero, sobre todo, es vida, porque el aula permanente donde debemos edu– carnos todos es la propia vida (a través de, por y con la propia vida). Si en la formación está el secreto del propio desarrollo de la «persona consagrada» y la formación «permanente» será - según los especialistas - la «idea fuerza» de las políticas educativas del futuro, la vida religiosa se encuentra ante un enorme y fascinante desafío: el desafío de inventar ca– minos nuevos, realistas y actualizados para formar a sus miembros - vete– ranos o no 52 - empleando las mejores reservas del propio instituto. Vale al caso también la siguiente afirmación del documento Mutuae relationes: «La fecundidad de inventiva y la búsqueda alegre de nuevos caminos se acuerda perfectamente con la naturaleza carismática de la vida reli– giosa»53. Sin olvidar que la validez de un camino formativo - por nuevo o viejo que sea - se estima en función de la dosis de radicalidad y coheren– cia evangélicas que genera, por la apertura y sensibilidad que suscita ante el cambio, lo nuevo y los signos de los tiempos, por el influjo educativo mutuo que promueve dentro del propio ambiente, por la capacidad que infunde para reavivar y poner al día la vocación y el carisma y por la auda– cia y la esperanza que inspira para afrontar, con lucidez y fe en la acción del Espíritu, el futuro. No pocas veces más de una cobardía o un fracaso obedecen, simplemente, a exceso de instalación personal e incluso a miedo ante ciertas sorpresas del Espíritu. Sorpresas siempre providenciales, por comprometedoras que sean, con las que cada uno tiene que ir escribiendo su propia «historia sagrada» de cada día. Formarse y colaborar a la formación permanente de los demás, sobre todo a través del ritmo de vida cotidiano, es un deber fundamental y el medio por excelencia para mantener viva y al día la gracia del propio caris– ma. Se trata de una tarea que no es nueva, pero que resulta particular- 52 No todas las etapas de la vida del religioso, obviamente, presentan idénti– cos problemas a la formación continua, y con mayor razón hoy, cuando todavía falta mucho por lograr en todos la adecuada mentalidad al respecto. Pueden en– contrarse indicaciones prácticas a propósito del religioso y del sacerdote «adultos» de hoy en: José M. FERNANDEZ-MARTOs, El demonio del mediodía: entre los 40 y los 60, ó 20 años para la vida o la muerle, en «Sal Terrae» 69 (1981) 755-768; Juan MAR– TíN VELASCO, La dimensión personal y espiritual en la fonnación pennanente, en «Sal Terrae» 69 (1981) 769-779. 53 lbid., n. 19; cfr. lbid., n. 12, 23 f.

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