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La formación permanente 487 logra enseñar a las personas «aprender a ser» y a «hacerse», es decir, a res– ponsabilizarse de la vitalidad y fidelidad de la propia vida, que piden esfuerzos personalizados y constantes. No será fácil que todos los religio– sos de un instituto cobren conciencia de la absoluta necesidad de dejarse ayudar para saber responder por sí mismos, sin solución de continuidad, a las exigencias de la psicodinámica de su ser en cuanto «hombres» y «con– sagrados». Pero ya será mucho acertar a remodelar los métodos formati– vos para ahorrarse precios demasiado altos y escasamente rentables y para asegurar el futuro de los institutos con un planteamiento educativo correc– to - «permanente» desde el principio - al servicio de las nuevas genera– ciones. Me permito confirmar diversas ideas precedentes con el siguiente jui– cio, cuyo valor indicativo ratifico: «Casi todos los observadores reconocen que la mayor parte de los programas de formación permanente realizados hasta ahora han tenido escaso éxito... Pero también aquí es más fácil criti– car fallos que proponer soluciones. Formar para la formación permanente supone una transformación de los proyectos formativos y, sobre todo, de los principios antropológicos y pedagógicos que los inspiran. Supone dar participación activa y mantener despierta la inici~tiva de las personas que se forman; formar en la conciencia de la relatividad de las formas y las estructuras en que se encarnan los valores fundamentales; educar para la iniciativa y la creatividad más que para la repetición de los modelos pro– puestos; despertar la conciencia a la realidad y procurar los medios para el crecimiento de la persona en contacto con ella... El programa de formación permanente, para ser eficaz, no puede reducirse a un proyecto aislado; tiene que constituir, más bien, una preocupación central en la acción de una Iglesia local, se deberá hacer presente en los organismos todos de una diócesis y probablemente constituya uno de los indicadores de su vitalidad cristiana» 51 • Un diagnóstico y una serie de propuestas concretas - per– fectamente aplicables a un instituto religioso - que considero sugestivos y comprometedores. Tres ideas merecen, a mi juicio, un subrayado: co– menzar centrándose en la persona, enseñarla a hacerse inteligentemente protagonista - durante toda la vida - de su propia realización y garanti– zar que la primera y principal escuela educativa sea el propio ambiente, a partir de la fraternidad, del instituto, y del ritmo y de las tareas del proye– cto personal y comunitario de cada día. Formar es prepararse para la vida, 51 Juan MARTtN VEIASCO, La dimensión personal y espiritual en la f onnaci6n pennanente, en «Sal Terrae» 69 (1981) 778 s.
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