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La formación permanente 483 hermenéuticos actualizados. De esta forma se respetará el pasado evitando hacer de él un objeto de arqueología sacra o de idealización retrospectiva, o un esquema cristalizado, de obligada repetición, refugio de posibles inercias y de formas sutiles de conservadurismo y bloqueo. Pero, sobre todo, un careo dinámico con las «fuentes» debe constituir el mecanismo habitual para superar fáciles sacralizaciones de muchos aspectos históricos y adjetivos que el tiempo, la rutina y una cierta tendencia al entumeci– miento van hacinando en el camino de la vida del consagrado y de la misma institución. De aquí la no infrecuente sensación de anacronismo y desfase que experimentan sujetos e instituciones religiosas, corno conse– cuencia de una memoria ambigua y cristalizada del pasado. A veces se tacha a la formación de inmovilismo, teniendo en cuenta el aspecto repeti– tivo y «conservador» de una de sus funciones: la transmisión de valores, saberes, competencias y módulos culturales del pasado. Una formación permanente correcta enseña a no caer en esa trampa. Por lo mismo que es «permanente», habitúa a vivir la tensión educativa de todo - incluido el patrimonio espiritual de la tradición propia - bajo el signo de la actuali– dad, es decir, en función de lo que tiene de válido y perenne siempre. Sen– sibles a las leyes del crecimiento constante, como personas y como perso– nas consagradas, la educación permanente nos ayuda a hacer una lectura discernidora de los motivos y de la normativa - por secular que sea - del propio carisma y a retomar, sin fáciles concesiones a un restauracionismo a ultranza, sólo aquello que es fundamental y portador de vida y esperanza. Pero, al mismo tiempo, la formación permanente debe enseñar a aprender cosas importantes de parte del propio futuro. El futuro, aunque permanezca de suyo inaccesible a nuestros ojos, marca siempre el destino de una vida consagrada, comprometida por vocación a la fidelidad cons– tante a un proyecto evangélico específico. En este sentido, la formación permanente prestará un servicio cualificado al dinamismo y a la puesta al día del religioso manteniéndolo dúctil al cambio, abierto a lo nuevo y, sobre todo, imaginativo, creador y confiado en la acción del Espíritu, capaz de renovar todas las cosas, anticipándose incluso con audacia evan– gélica a los retos del futuro. Uno de los temas privilegiados de la formación permanente debe ser el de enseñar a leer, desde la fe y el propio carisma sobre todo, los «signos de los tiempos»; y esto no tanto en función de adaptaciones coyunturales o de simple oportunismo pastoral, sino más bien para poner correctamente al día lo perenne de las propias «fuentes» y sensibilizarse ante las interpelaciones del Dios vivo, que se hace presente y habla incluso a través de no pocos interrogantes que plantea el futuro. - A la luz de las ideas precedentes, cabría advertir, a propósito de la

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