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462 Francisco Iglesias nos educamos siempre, hay una serie de creencias, decisiones y valores vo– luntariamente aceptados que marcan de por vida el destino de cada uno y condicionan su itinerario formativo. Cada día es del todo nuevo, pero no empezamos a ser y a aprender cada mañana. En realidad, nuestro proceso de formación hunde sus raíces en un pasado remoto y se nutre del capital humano que conservamos y renovamos - actualizándolo, «aggiornan– dolo» - con el oxígeno fresco y nuevo de cada día. Educarse, crecer, es superarse. Y «superar es heredar y añadir» 19 • Dos verbos que lo dicen todo, o casi todo: «heredar» renovando - y reinventando incluso, si es preciso - una serie de datos, razones, valores, actitudes y habilidades que han marcado el destino y el itinerario de la propia vida; y «añadir», dando el justo espacio a lo nuevo del presente - y hasta a lo inédito del futuro previsible - para sentirse realizado y al día, deudor, sin servidumbres acríticas a la moda, y constructor inteligente del propio tiempo. Se ha dicho que «una cultura subsiste en l;i medida en que es capaz de cambiar» 20 • El hecho de que la categoría soc16-cultural del cambio goce de una inusitada pujanza en nuestra época, aproximadamente llamada «post– modema», tiene repercusiones muy sensibles en el campo de la forma– ción; sobre todo cuando se radicalizan - no pocas veces de manera sutilí– sima - la inercia y el conservadurismo de una parte, pretendiendo poner diques al mar, y la canonización indiscriminada de lo nuevo de parte de los otros, rompiendo alegremente amarras y detestando cierta asfixia metafí– sica del pasado. Este fenómeno de radicalización - con su doble anclaje: pasado arquetípico y futuro utópico - proviene de no captar bien ciertas contradicciones esenciales de nuestro mundo. Uno de los grandes desafíos actuales a la formación permanente está, como he insinuado, precisamente aquí: en enseñar a asumir de manera po– sitiva los aportes y los contragolpes del cambio que marca nuestro destino histórico de hoy. Entre los riesgos típicos de no pocas instituciones, y sobre todo si se acreditan por una venerable antigüedad, está el de caer fácil– mente en la repetición y el inmovilismo, consagrando como valores intan– gibles módulos meramente expresivos e histórico-culturales; lo que puede engendrar confusionismo y erosiones funestas en las líneas educativas de los propios miembros. Me parece que valga la pena recordar aquí, siquiera 19 José ORTEGA Y GASSET, ¿Qué es filosofía?, en íbid., p. 421; cfr. Antonio ARTO, Crescita e maturazione mora/e. Contributi psicologi,ci per una impostazione evo– lutiva e applicativa, (Enciclopedia delle scienze dell'educazione - 31), Roma 1984. 20 AA.VV .,Aprendera ser, l. c., p. 158.

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