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La formación permanente 457 la persona mediante la ayuda a su crecimiento no siempre responde a un nivel estándar de capacidades ni a un protagonismo regular de la libertad; ni es siempre rectilíneo y ascendente. Sin olvidar tampoco, como es obvio, las relativas limitaciones biopsicológicas que comportan las diversas eta– pas de la vida. Esto quiere decir que el ritmo educativo tiene por necesidad sus modulaciones propias, adecuándose al paso y a la mayor o menor nor– malidad de la evolución de cada uno. Pero todo ello, repito, no afecta al dato sustantivo de la identidad de la tarea formativa en sí - como estí• mulo y asistencia al «proyecto-hombre» - que abarca todos los momentos de una vida. Esta perspectiva radical y globalizadora de la formación explica, por ejemplo, lo inadecuado de cierto lenguaje tradicional. La idea tradicional sobre la pedagogía, entendida como disciplina que estudia los problemas de la formación de los niños y jóvenes y que encarna en la práctica la filo– sofía de la educación, debe ser revisada. Con razón, pues, se ha propuesto otro nombre - «andragogía», por ejemplo - para referirse a las ciencias de la educación o a la ciencia de la formación de los hombres, porque su objeto ya no es sólo la formación del niño y del adolescente (típico de la pedagogía) sino más bien la del hombre durante toda su vida 13 • Otros tér– minos usuales, como formación «inicial» y «permanente», pueden resultar también equívocos, por lo menos. Si esos adjetivos siguen haciendo refe– rencia a áreas y destinatarios cronológicamente diferenciados, no es lógico contradistinguirlos así. Toda formación inicial es, en cuanto formación, permanente. La palabra «inicial» puede seguir haciendo referencia al ser– vicio educativo prestado en una etapa concreta de la vida - correspon– diente en principio a las jóvenes generaciones - o requerido en los co– mienzos, al inicio, de un programa específico de formación. Pero no ya como alternativa o contrapuesta, en orden de tiempo, al termino «perma– nente». Un reto importante de la actual «andragogía» está precisamente aquí: en hacer el tránsito de la idea de formación inicial a la idea de forma– ción continua, en el sentido de educar al hombre, desde el mo– mento, con la mentalidad y la metodología que pide el vivir en tensión for– mativa permanente. Sólo en este sentido, y por encima de ciclos más menos convencionales, bastaría hablar de formación continua para refe– rirnos a la educación en cuanto tal del hombre: aquel proceso de promo– ción ininterrumpida, durante el arco de la de los recur– sos latentes o en activo de cada persona. 13 Cfr. Pierre FURTER, Grandeur et misere de Suiza 1971. Univ. Neuchátel,

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