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Veo, contemplo, quiero ... Los juncos elevaban su blanco plumero, y me agaché para borrar las casas y verlos recortados en el cielo. Soltaban vilanos al viento, como palabras a la tarde malva en extraño dialecto. Era el discurso de lo simple, el verbo de lo bello, que sólo yo y la tarde comprendíamos tan fugitivamente. Veo. Y no era sólo ver, yo lo admiraba todo desde el silencio. A mis espaldas la ciudad chirriaba con estrépito. Por un rayo de sol en el poniente elevaba la tarde el universo -maltrecho, empobrecido- sublimando lo feo por la luz. Contemplo. 35

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