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El ejecutivo Por la acera de la ciudad camina hablando solo el hombre, tropezando a codazos, «¡Ay, perdón!», la cabeza metida en una idea: «Hay que llegar a tiempo». Fuera, luz y bullicio, resonar de pisadas y palabms, la tortura del tráfico y el carbón matinal que enciende el día, con vocación a vida y movimiento. Y el pobre ejecutivo, maquinación obsesa del cerebro: «Hay que llegar a tiempo». En el espejo de un escaparate ve el hombre su figura, alisa el pelo, perfecto ejecutivo de impecable rigor en gesto y traje, rigor también en ojos sin sonrisa. Le roe la carcoma subterránea: 15

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