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42 P. JUSTO DE VILLARES, O, F. M. y herederos del cielo; y en segundo lugar, las gracias auxiliares, aquellas gracias que alum– bran al entendimiento para conocer el bien y mueven la voluntad para quererle; aquellas gracias que la previenen, la acompañan y la siguen para que obre el bien y persevere en él; aquellas gracias, en fin, que nos ayudan a conseguir la amistad de Dios, a sostenernos en esta dichosísima amistad, y a practicar, en tan feliz estado, las buenas obras con que hemos de merecer los bienes de la gloria. En suma, se comprenden todas las gracias, tanto la san– tificante como las auxiliantes" (7). Por los auxilios necesarios entendemos los mismos bienes tem1poral'es en cuanto concu– rren a obtener los bienes espirituales, verbi gratia: la salud, las riquezas moderadas, et– cétera. Así lo hizo Salomón. "No me des -pi– dió al Señor- ni pobreza ni riquezas. Dame aquello que he de menester" (8). Sabía muy bien ese sapientísimo rey que los dos extremos son malos. Las riquezas fácilmente nos condu– cen a la soberbia, al vicio ; y la pobreza nos lleva a quejarnos de Dios o blasfemar con– tra El. Por todo lo que dejo expuesto, ya conoce– mos algo de la grandeza del objeto primario (i) SANTI.IGO MAZO, Catecismo Explicado, pp., 26 27. (8) Prv., 30, 8.
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