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LA ESPERANZA CRISTIANA 197 sobre nuestras fuerzas, tanto que desesperába– mos ya de salir con vida. Aún más, temimos como cierta la sentencia de muerte, para que no , confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita ·a los muertos, que nos sacó de tan mortal peligro y nos socorrió. En El tenemos puesta la esperanza de que seguirá socorriéndonos" (4). -El joven mártir San Timoteo, estando re• torciéndose metido en un hon10 de cal viva, oyó la voz de un ángel que le decía: "Timo– teo, mira al cielo, porque ya está a la puerta el Juez con la corona de la gloria esperándote". Con esta exhortación el joven Timoteo se ani– mó a superar las quemaduras de aquel fuego sin llamas con la esperanza del premio. -Visitando unos caballeros un monasterio, el Abad, que los acompañaba, después de en– señarles todas l:as bellezas del Cenobio, los llevó a la celda de un anciano monje que se había recluído en ella sin comunicación ningu– na de seres humanos. Era la celda sumamente pobre y no recibía más luz que la que entraba por un agujero muy estrecho. Los visitantes le preguntaron si era feliz en medio de tanta privación. El les respondió afirmativamente. Ellos como quisieran saber el motivo que le sostenía contento en aquel voluntario calabo- (4) · 2.° Cor., 1, 8-10,

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