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188 P. JUSTO DE \'!LLARES, O. F. M. Nuestro Señor Jesucristo hizo tanto aprecio de la pureza del corazón, que la elevó a una de las ocho bienaventuranzas: "Bienaventura– dos los limpios de corazón, porque ellos verán a Di()s" (33). Son limpios de corazón ios que tienen la conciencia limpia de todo pecado ; ya que éste se considera en la Sagrada Escri– tura como una horrible mancha que sólo el fuego del amor de Dios y la absolución del sacerdote puede quitar. Nuestra alma se asemeja a un espejo en el cual se refleja la imagen de Dios, cuya clari– dal depende de la tersura del espejo y ésta del resplandor de la gracia, más tersura y limpi– dez del espejo de nuestra alma y más pureza del alma, más claridad de la imagen de Dios. Esta vista de Dios lleva consigo la visión de todo lo que se relaciona con Dios, y, por tanto, también todo lo que se refiere a las pro– mesas de la otra vida, objeto de la esperanza. La pureza de conciencia es asimismo la con– dición precisa para entrar en la patria celes– tial, puesto que el Espíritu Santo protesta en el Apocalipsis que en el cielo no entrará nada manchado por la culpa. He aquí cómo lo dice San Juan: "Y en ella -esto es, en la Jerusalén celestial- no entrará cosa manchada" (34). (:l3) Mat., 5, 8. {:l4) ilpoc., 21, 23.

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