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lfül P. JCSTO DE VILLARES, O. F. M. mos sus preceptos y hacemos lo que es grato en su presencia" (26). San Agustín declara el mism.o pensamiento con otras palabras: "Al modo que la mala conciencia está en continua desesperación, así la buena permanece cons– tante en la esperanza" (27). La pureza de conciencia o santidad de cora– zón fue siempre la disposición máxima que el Señor exigía con mayor o menor rigor en to– dos aquellos que más o menos íntimamente a El se llegaban. Y la razón que el Señor alega– ba era su absoluta e infinita santidad y per– fección. Al simple pueblo le decía: "Sed para Mí santos" (28). A los sacerdotes, empero, les daba ~sta severísima recomendación: "Vos– otros seréis santos, porque Santo soy Yo" (29). Los prC'fetas urgieron en todo tiempo la pu– reza de corazón a los hijos de Israel, que, in– fluenciados por el ritualismo farisaico, sólo re– paraba en la pureza legal o exterior. Por eso, J oel les decía: "Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertíos al Señor, vuestro Dios" (30). El Divino Maestro adoctri– nó admirablemente a los Escribas y Fariseos (2G) 1. 0 / oh., 3, 2'1. (27) In Ps., 31, n. 0 5. (28) Ex., 22, 31. (29) Lv., 11, 45. (30) / oel, 2, 13.

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