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J 80 P. Jl'STO DE \'!LLARES, O. F. l\1, convención de los pecadores ; tercero, para la corrección de los extraviados mentales y mora– les y para enderazamiento de todo lo torcido; cuarto, para la educación en la justicia y san– tidad de la vida, o para la formación o adies– tramiento en la virtud" (18). Sobre este mismo pasaje paulino dice Strau– binger: "He aquí el fruto de La palabra de Dios en el alma; la perfección interior en la fe, el amor y la esperanza. Y ello es lo que trae a su vez la disposición para toda obra buena. Tanto confiaba la Iglesia en ese poder sobrenatural de la palabra divina que, aun tra– tándose de personas consideradas fuera de su seno, el Concili.o IV de Cartago dispuso en su canon 84 que los Obispos "no prohibieran oir la palabra de Dios a los gentiles, heréticos y judíos durante la misa de los catecúmenos". El. Papa Pío VI, escribiendo a Mons. Martini en 1769, le manifestaba su deseo de que se ex– citara "en gran manera a los fieles a la lección de las Santas Escrituras, por ser Ellas las fuen– tes que deben estar abiertas para todos, a fin de que puedan sacar de allí la santidad de las costumbres y de la doctrina". De ahí, como lo hace notar el P. Scío, el Tribunal. de la Inqui– sición española declaraba el 20 de diciembre de 1782 que los deseos de la Iglesia son "que (18) Epístolas de San Pablo, p. 459.

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