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l:l0 P. JLSTO DE VILLARES, O. F. M. esperanza y en la hora de la muerte, a fin de que el alma se una con el Sumo Bien. Esta es la obligación, pero el cristiano fervoroso conviene que haga frecuentes actos de espe– peranza ; bien sea mirando al cielo estrellado, bien sea suspirando por gozar de la vista de Nuestro Padre celestial, diciendo con el Sal– mista: "Como anhela el ciervo las corrientes aguas, así Te anhela mi alma, ¡ oh Dios mío!" (10). Practiquemos, pues, con la mayor asidui– dad actos fervorosos de esperanza, conforme al consejo que el Apóstol cautivo por Cristo dio a los fieles de Calosas: "Si fuisteis, pues, res11citados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios ; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (11). El Venerable P. Luis de Granada, ponde– rando la necesidad que tenemos de la espe– ranza, hace esta pregunta: "¿ Qué cosa es vi– vir sin esperanza, sino vivir sin Dios?", y añade: "Así como la hiedra busca el arrimo del árbol para subir a lo alto, porque por sí no puede, así la naturaleza humana, como po– bre y necesitada, busca la sombra y amparo de Dios. Pues, siendo esto así, ¿ cuál será la vida (10) Ps. 41, 2. (11) Col., 3, 1-2.
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