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LA ESPERANZA CRISTIANA 12!1 de este modo, porque espera la remuneración. El sagrado Concilio de Trento exige la vir– tud de la esperanza, como hábito, para lograr el pecador la justificación. He aquí cómo nos declara esta verdad: "La fe, si no está unida con la esperanza y la caridad, ni une al hom– bre plenamente a Cristo ni lo hace miembro vivo de su cuerpo místico" (8). Aparte de esto, so pena de ser excluídos de la gloria, necesitan ejercitarse en actos de esperanza todos los adultos que gozan del ple– no uso de la razón, pues la corona de la in– mortalidad no se da de gracia, sino como una retribución. El Apóstol la llama corona de jus– ticia. Escribe a Timoteo, cuando ya estaba para ser libada su sangre por el martirio : "He combatido el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ya me está pre– parada la corona de la justicia, que' me otorga– rá aquel día el Señor, justo Juez, y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida" (9). Aunque no consta con cuanta frecuencia estamos obligados a practicar los actos de es– peranza, con todo existe el deber de hacerlos algunas veces en la vida, máxime, cuando hay que superar alguna tentación, cuando hay que cumplir un precepto que reclama el acto de (8) Sess., 6, c. 7 de justf. (9) 2. 0 Tim., 4, 7-8.

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