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128 P. JPSTO DE HLLARES, O. F. M. vos" dice a los romanos (4). Y a Timoteo le manda que encargue a los ricos de este siglo "que no sean altivos ni pongan su confianza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que abundantemente nos provee de todo, para que lo disfrutemos" (5). Y a todos los cristianos nos recuerda el mismo Predicador de los genti– les la voluntad salutífera de Dios acerca de nuestra salvación. "Se ha manifestado la gracia salutífera de Dios, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bien– aventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de Nuestro Salvador Cristo Jesús" (6). Esta necesidad de la esperanza para conse– guir la eterna Bienaventuranza, que nos pre– dican los Libros Santos, es tan estricta, que si algún hijo de Adán partiera de este mundo a la eternidad sin estar adornada su alma con el hábito de la esperanza, no sería admitido en el reino de los cielos. Así lo afirma San Pablo con frase gráfica : "Es preciso -dice- que quien se acerque a Dios crea que existe y es remunerador de los que le buscan" (7). "Dios remunerador": He aquí el objeto primario de la esperanza. Además, la esperanza se llama (4) Rom., 8, 24. (5) 1. 0 Tim., 6, 17. (6) Tit., 2, 1~ sq. (7) H eb., 11, 6.
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