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124 P. JUSTO DE VILLARES, O. F. M, alma por todos los medios que estén a nuestro alcance. A ello nos deben animar, además del precepto del Señor, las muchas ventajas que nos reportará para conseguir la eterna Bien– aventuranza. Notemos las tres principales: La primera y principal consiste en alejarnos del pecado. Lo asegura el Espíritu Santo por estas palabras : "El temor del Señor aleja del pecado, y quien con él persevera aparta la có• lera" (26). Lo segundo nos asegura la posesión de la esperanza. Dice el mismo Espíritu San– to: "El que teme al Señor de nada temerá, y no se desalienta, porque El es su esperan– za" (27). En tercer lugar atrae las bendiciones del Señor. Nos da razón de ello el profeta Isaías: "Mis miradas -dice el Señor- se po– san sobre los humildes, y sobre los de contrito corazón, que temen mis palabras" (28). Pongamos fin a este punto con estas lumi– nosas sentencias de Pieper: "El temor de Dios excluye el peligro de que la esperanza se con– vierta en presunción. El temor de Dios man– tiene presente para el hombre que espera el hecho de que la plenitud "aún no" es real. El temor del Señor representa el recuerdo de que la existencia humana, aunque está dirigida y (:!G) Ecco., 1, 27. ('27) E ceo., 34, 16. (28) l s., 66, ~-
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