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120 P. JUSTO DE VILLARES, O. F. M. tenemos que tener, sin embargo, no nos hemos de olvidar de nuestra debilidad. Por eso, la tercera propiedad de la esperanza cristiana es el temor de Dios. Y con mucha razón se enu– mera este temor entre las propiedades de la esperanza, pues Dios Nuestro Señor nos exige nuestra cooperación y, por tanto, de nuestra parte tenemos motivos muy fundados para te– mer. De ahí que el Concilio de Trento, que en el punto anterior nos preceptuó "colocar y repo– ner una firmísima esperanza en el auxilio de Dios", nos advierta en éste que la esperanza es compatible con el santo temor de Dios. Es decir: nos prescribe que unamos la esperanza con el temor y no los separemos. E,l motivo de esta unión es evidente. Quie– re el Concilio que no caigamos en el error de los protestantes que confunden la certeza o firmeza de la esperanza con la certeza o firme– za de la fe. Y no debemos confundirla, por– que, como subraya San Buenaventura en el comentario a las Sentencias, la certeza propia de la esperanza es "difícil de determinar". Por una parte, la esperanza participa de la incondicional certeza de la fe, en la cual se apoya; la esperanza se funda ante todo en la omnipotencia y misericordia divina, "por lo cual incluso el que no tiene la gracia puede conseguirla y así obtener la vida eterna; y
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