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PRÓLOGO 7 siasta el "sursum corda" de la esperanza cris– tiana. Pues bien; estas páginas llevan el anhe– lo de facilitar esta ascensión del alma; por eso llevan este título evocador. No quedaría, con todo, completo, si no le añadiéramos el subtítulo indicado. En él que– remos decir que pretendemos elevar los cora– zones, no con frasecillas licuescentes, sino con la pura y sana doctrina teológica sobre la es– peranza, estudiada a la luz del mejor de los libros, del que contiene la palabra de Dios. Hablando con Jesucristo, le decía San Agustín: "Sean mis castas de1ícias tus escrituras santas; ni soy engañado en ellas, ni engañaré con ellas". De perenne valor, esta palabra dfoina tambié"'L lo debe ser para nuestro momento crucial. Aunque nos aprovechemos de la doctrina de los hombres, queremo<: hacer constm· que la base sólida de Ia teología que exponemos son las enseñanzas bíblicas. Pero no todo ha de ser y quedar en doctri– ·na. "Praxis" es acción. es despliegue exterior del mundo interior que vivimos dentro de nos– otros mismos. Si el fuego muestra su virtud quemando, la teología, idea fecunda en la men– te, debe trasparentar su eficacia en la práctica y en la acción. De aquí que nuestro libro quie– ra señalar asimismo una trayectoria a la exis– tencia cristiana que, en oposición a la existen– cialista, anhela, guiada por la esperanza,

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