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su tempo. Pero los valores evangélicos que subyacen al concepto de Fraternidad que Francisco no dejó, pueden y deben recrearse en formas nuevas para que podamos ofrecer a la sociedad nuestro modelo de hombre como ser de relaciones que no se basa en el miedo sino en la confianza de unos con otros. En convencimiento de que nuestras relaciones personales no se inscriben en la estrecha franja biológica-animal- sino que provienen y estan destinadas a realizarse en el marco familiar del Dios-Trinidad, cambia por completo la perspectiva y la confianza en la cualidad societaria de los hombres. La Fraternidad, después de Jesús, ya no es una ilusión sino una utopía llamada a hacerse realidad. Francisco percibió esta po– sibilidad y trató de ponerla en práctica, llegando al hermanamien– to no sólo con los hombres sino con las restantes criaturas. Para nosotros, los que seguimos o queremos seguir su carisma, el vivir y ofrecer a los demás una Fraternidad evangélica se convierte en tarea y reto a la vez. 15

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