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Sin embargo, la Fraternidad de los célibes no era la única posibilidad. Grupos de penitentes casados trataron de plasmar en su vida familiar y social esta nueva dimensión del Reino, donde la dignidad toma formas fraternales e igualitarias. En una Carta a todos los fieles, Francisco les invita a poner en práctica el princípio evangélico del amor fraterno: amar a nuestros prógimos como a nosotros mismos. Pero él sabe por experiencia que la fragilidad humana es impotente para asegurar este precepto de Jesús. El egoísmo radi– cal del hombre ha hecho de la historia humana una historia de in– solidaridades . Por eso Francisco, conocedor de la fuerza que tiene el " ego" personal de convertirlo todo en fin de sí mismo, les insi– núa que, si alguno no quiere amarlo como así mismo, al menos no les haga el mal, sino hágales el bien. Da la impresión que Francisco no se hacía demasiadas ilu– siones respecto al hombre, sobre todo si reelemos el mito de Adan y Eva. Pero esta rebelión no es capaz de borrar la verdade– ra identidad del hombre, puesto que éste sólo puede hacerlo Dios, y ese amor creador no cesa de fluir a pesar de la realidad del pecado. De ahí que Francisco crea en el hombre , no tanto por lo que es capaz de hacer,sino por lo que Dios es capaz de ha– cer por él; es decir, por nosotros: fundar nuestra dignidad en su amor. El hombre, por tanto, no debe, no puede ser un lobo para los demás, Hay que convencerse que los demás no son una amenaza, sino ayuda en nuestro camino de realización. Esta confianza fun– damental en el hombre, como ser amado por Dios, es lo que llevó a Francisco a salir al encuentro de todos con el corazón en la mano, seguro de que en el fondo el hombre no es tan fiero como lo pintan, sino que adopta esa actitud como escudo para defenderse de su in– seguridad. En este sentido su camino hacia el encuentro del hombre, para convertirlo en hermano, traspasa todos los límites y barreras que los humanos hemos levantado. Si la Iglesia había puesto mu– rallas a la cristiandad, Francisco las atraviesa buscando a los "sa– rracenos y otros infieles" para reconocerles su dignidad y ofrecerles la propia fe como el mejor regalo que podía hacerles. 17
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