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94 REFORMAS EN LA SANTA CASA. y da cuenta al Soberano Pontífice de lo que acababa de sucederle. Clemente VII, atribuyendo con razón el castigo, más bien á la presunción del arquitecto que á la in– dignación de la Santísima Yirgen, y lejos de renun– ciar de su propósito, insiste en él nuevamente en nombre de su autoridad apostólica: «Si las santas paredes han resistido al martillo, ya se dejarán abril' á los que se acerquen á ellas armados de la oración, del ayuno y del respeto á María; porque la Santí– sima Virgen llama ella misma á los forasteros á su Casa y quiere facilitarles su entrada y acceso.>) Todas estas instancias no bastaron para conven– cer á Nerucci y decidirle á que renovara la expe– riencia, que estuvo á punto de hacerle perecer. Sin embargo, las órdenes del Papa eran más apremiantes á medida que la irresolución retrasaba las obras de los artistas, hasta que por fin se presen– tó un seminarista tonsurado, empleado en la Basílica que, lleno de confianza en las palabras del Soberano Pontífice, consintió en arrostrar el pelig·ro. Habiéndose preparado con un ayuno de tres días, entra en la Santa Casa rodeado de una multitud de eclesiásticos y paisanos, agitados todos por un doble sentimiento de esperanza y de temor, arrodíllase y con voz suplicante dice: «Perdona, sagrada morada de la Virgen, no soy yo quien levanta el martillo sobre tus paredes, sino Clemente, el Vicario de Dios, Clemente que quiere embellecerte hermosamente y hacerte más accesible, y lo que es grato al Vicario de Dios, no puede desagradará su Madre.>) Dicho esto, se levantó, da el primer golpe; su fe le ha preservado del castigo que alcanzó á Nerucci, y continuó ya sin ningún temor la obra de demo– lición. Alentados con su ejemplo los obreros que se ha-
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