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84 LOS PONTÍFICES EN LORETO. Julio III murió precisamente en esta época, y pocos días después, la Santísima Virgen se encar– gaba ella misma de hacer patente el sentido de este presagio; pues habiendo querido Marcelo, antes de salir para el Cónclave, ponerse bajo la protección de Nuestra Señora de Loreto, tanto para su feliz viaje, como para el acierto de la elección del futuro Pon– tífice, al celebrar con este objeto la santa Misa, se le vió en el principio del Canon rodeado de una luz sobrenatural y temblando de emoción, á impulsos de la fe y del santo respeto que le dominaban. De regreso á Monte-Fano, y después de haber referido á los eclesiásticos de su casa la visión con que había sido favorecido y que en vano su humil– dad quería poner en duda, hizo llamará un notario, á quien le dictó un plan, que tenía por objeto orna– mentar aún más la Basílica, agrandar la ciudad, cu– yos privilegios quería además aumentar; pero Dios se contentó con sus buenos deseos y no le permitió realizarlos, habiéndole llamado á sí veinte dias des– pués de su exaltación al Trono Pontificio, en que tomó el nombre de Marcelo II. Pero sus proyectos no bajaron con él á la tumba, pues sus sucesores han ejecutado con todos sus de– talles los planes que él les dejó. Espero que me dispensen mis lectores no les haga la historia de todas las peregrinaciones, que en el espacio de cuatro siglos ascienden á doce Pa– pas lo menos que han visitado la Santa Casa de Lo– reto, cuyo número no dejará de ser considerable, si se tiene en cuenta lo raro que era entonces el que los Papas emprendieran viajes, y las causas que les impedian dejará Roma. Entre éstos se hallan Clemente VII, Clemen– te VIII, Urbano VIII y Pío VI. Solamente en nuestro siglo han visitado la Santa

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