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78 LOS l'AI'AB Y LA SANTA CASA. Casa. Una ciudad parece brotar del suelo al mismo tiempo que la Basílica, y se extiende cubriendo toda la cumbre de la colina; sus plazas, adornadas con fuentes, sus calles espaciosas, sus murallas, su cas– tillo que la pone al abrigo de los ataques de los tur– cos, y su palacio que rivaliza con los palacios de los Reyes y de los Soberanos Pontífices; todo esto es obra de los Papas. Ellos hacen abrir nuevos caminos, allanar ce– rros, desmontar selvas, desecar pantanos, conducir aguas saludables por magníficos acueductos, que hubieran sido admirados hasta de los mismos roma– nos: ellos han rodeado la Santa Casa de un círculo de colegios y monasterios , de donde se eleva á María una oración perpetua; han abierto hospicios para los peregrinos y los enfermos y asilos para los ancianos y niños. Loreto, esta ciudad que no se parece á ninguna otra; este museo en que los grandes artistm:; han consagrado sus obras á la gloria y honor de la Vir– gen de Nazaret, durante muchos siglos; en que el curioso viajero puede admirar tantas obras maes– tras, mientras que los fieles devotos adoran, rue– gan y se alimentan de la gracia; Loreto, á ejemplo de la misma Roma, no tiene nada, ni una iglesia, ni una fuente, ni un palacio, ni un convento, ni apenas una humilde casa, que no sea debido á los Sobera– nos Pontífices. Ellos la han levantado y edificado piedra á pie– dra, empleando todos el mismo amor, la misma pa– ciencia y la misma generosidad, sin cansarse ni desfallecer en el trascurso de más de cuatro siglos. Lm, primeros donativos de importancia son de Eugenio IV, que la asignó la renta de una abadía cercana, y los últimos de Pío IX, que aguardan los de sus sucesores.
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