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LOS PAPAS Y LA SANTA CASA, 77 han de seguir el ejemplo de éste su predecesor. La historia de sus beneficios iba íntimamente unida á la historia de Loreto, de su Basílica, de su palacio, de sus monasterios, de sus hospicios, en fin, de la ciudad entera, y los Papas estaban en Roma y su mirada protectora se dirigía sin cesar á Loreto. Ya lo he dicho: apenas la Santa Casa se había fijado en Loreto, cuando ya Bonifacio VIII, á ruegos del Obispo de Hecanati y con la reserva y madurez propias de la Santa Sede, se interesaba por ella, vi– gila el buen orden de las peregrinaciones y destina en favor exclusivamente de la Santa Casa las ufren– das de los fieles. No bien fué terminada la iglesia dentro de la cual quedaba encerrada y protegida la Santa Casa, cuando.Benito XII, en 1341, se apresura á enviarla desde A viñón sus primeras indulgencias, aumenta– das y confirmadas algunos años más tarde por Ur– bano VI y Bonifacio IX. Pero sólo con la paz de la Iglesia podía desarro– llarse y crecer el germen que los habitantes de Re– canati habían sembrado en derredor del santuario, que si hasta los tiempos de Martín V vivió humilde– mente á la sombra de la ciudad que ha dado nombre, á partir de esta fecha y bajo la fecunda influencia de la protección libre de los Soberanos Pontífices, se engrandece, se desplega y dilata como el arbol mis– terioso que en el espacio de una visión profética cu– bre la tierra con sus ramas y la embellece y hermo– sea con sus flores. Antes de terminar el siglo, la humilde iglesia, de que acabo de hablar, cedía su puesto á la gran Basílica, que los siglos siguientes no se cansarán de enriquecer, hermosear y venerar. No es ya una insignificante aldea la que recibe los peregrinos atraídos por las gracias de la Santa
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