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DE LA SANTA CASA DE LORETO. 63 Dichosos pueden llamarse los habitantes de las Marcas por tene: en su poder tan grande tesoro como es la Santa Casa, y no sólo veneraban ésta, sino tam– bién los sitios en que estuvo como de paso; el cielo además parecía querer encargarse de conservar él mismo aquella memoria. El P. Riera afirma que en su tiempo y cuando ya habían trascurrido cerca de tres siglos, se veían todavía en el suelo sefíales que habían dejado impre– sas los santos muros; la vegetación espontánea y silvestre del bosque, esos arbustos, esos chaparros que tan rápidamente queda todo cubierto, habían respetado el lugar bendito donde reposó la Santa Casa, que vestía como ornamento misterioso un manto verde, salpicado de flores. Por este tiempo fué talado el bosque y roturado el terreno; y nada hubiese quedado de este piadoso recuerdo, á no ser por la piedad del P. Riera, que hizo cercar con un pretil el sitio que ocupó la Casa de la Santísima Virgen: este lugar está situado á una milla de la actual ciudad de Loreto; es un valle por la parte que mira al mar, y tomó el nombre que aún lleva (La Bandirola), de la bandera que fué co– locada en lo alto de un arbol para indicar á los pe– reg·rinos el camino que conducía á la Santa Casa, en el tiempo que ésta permaneció en el bosque de los Laureles, y además para servir también de señal á los marineros, que la saludaban al pasar por delante de ella. Yo tuve el gusto de visitar el referido sitio en el año de 1883 y en 1886, donde se halla una capilla que Su Santidad Pío IX di.ó orden de reemplazar á la humilde celda que había. No hay tal vez tanta seguridad del lugar que ocupó la Santa Casa en el campo de los herma– nos, y esto no debe sorprender á mis lectores, por
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