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DE LA SANTA C.!SA DE LORETO. 61 colocándose :i una milla de allí sobre una colina ó campo raso muy cerca de la carretera que va de Re– canati al mar: esto bastó para realentar la piedad de los habitantes de aquel país, los cuales reconocen en este nuevo sitio aquella misma casa que habían vis– to y venerado no há mucho en el fondo del vecino valle, y no por haberse realizado esta nueva trasla– ción durante la noche, deja de ser un prodigio que veían sus propios ojos y tocaban, por decirlo así, con sus manos. Desde entonces los fieles y peregrinos podían -visitar con libertad y sin ningún temor la Santa Casa: no más senderos perdidos en el bosqne; no más bandidos apostados en el camino; al contrario, los pueblos fieles van á tener toda clase de facilida– des entre la ciudad y su puerto en el Adriático, y todos los recursos ele una campiiía cultivada: de nuevo empiezan á concurrir los peregrinos, y con ellos se renuevan las gracias y los milagros que tanta celebridad tuvieron en las primeras traslacio– nes. El lugar que escogió la Santa Casa en su terce– ra traslación pertenecía á dos hermanos de una fa– milia noble de Recanati, á la que las antiguas actas dan el nombre de Antichi, que aún llevan los mar– queses de Antichi, hoy existentes. Los dos hermanos se mostraron dignos del favor que la Santísima Virgen les había hecho, y rirnliza– ron en celo y devoción para adornar el santuario. Pero esta buena armonía no duró mucho tiempo: á causa de la riqueza de las ofrendas que cada día depositaban sobre el altar, despertó la codicia de ambos, queriendo cada cual apropiarse estos tesoros. A la amistad de hermanos sucedió uno de esos odios que sólo la avaricia y la envidia son capaces de hacer nacer en el corazón humano: la violencia de sus disputas y de sus recíprocas amenazas asus-
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