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60 TERCERA TRASLACIÓ~ los habitantes de una ciudad como Hecanati no pu– dieran reprimir el bandolerismo ni aun encerrado en un bosque, ni velar eficazmente por la seguridad de los caminos, ni asegurar, en fin, la inviolabilidad del santuario mismo. Su aparición en las tristes circmu,tancias que acabo de describir reanimó el aliento de los pueblos: los mismos Romanos Pontífices la acogieron con alegría, esperando que sería el iris de la deseada paz; este bien Rupremo de las épocas de violencia y de desorden. ¡Y cuán bien expresaban los Papas este deReo en casi todas las Bulas por las cuales conce– dían indulgencias y privilegios! Mas por grande qne fuera el fervor y el celo de los fieles, no les era posible arrostrar ta.ntos peligro A: así es que las peregrinaciones comenzaron á dismi– nuir y poco á poco cesaron por completo. Quedó la Santa Casa en medio del bm,que si 110 olvidada, por lo menos enteramente abandonada; la soledad y el silencio reinaban en torno de ella, y en estos lugares donde poco antes habían resonado los c:ínticos de alabanza y de acción de gracias, sólo se oían ahora de Yez en cuando, fos g-ritos de las vícti– mas ó las blasfemias vomitadas p'ór aquellos des::tl– mados. ¿,Permitiría Dios que las potestades de las tinie– blas triunfaran de su Madre Santísima'? No es posi · ble ni aun pensarlo. CAPÍTULO XI. TERCERA TRASLACIÓN DE LA SANTA CASA DE L0RETO. Ocho meses después de haber llegado á Italia, la Santa Casa se retiraba del bosque de los Laureles,
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