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54 SENTIMIENTO DE LOS DÁLMATAS como los oyó Torcellini, y cantar aquellas palabras con un acento que le hacían llorar. Murry, á fines rlel siglo pasado, los ha visto trepar de rodillas por las cuestas de la colina de Loreto, arrastrándose prosternados desde las gradas de la iglesia hasta la Santa Casa; y en torno de su circuito, cubrir el már– mol del pavimento de anchas cruces trazadas con su lengua, mojar con sus lágrimas los santos muros y no salir de aquel sitio sino para pasar la noche en– tonando cánticos y orando delante de las puertas cermdas de la Basilica. Mucho antes que éstos, el P. Riera, destinado por el mismo San Ignacio al servicio del santuario, asustado de sus lamentos, de sus deseos y de sus ruegos, trataba de imponerles silencio, temeroso que la Santísima Virgen no se dejara ablandar de sus ardientes súplicas y abandonara la Italia para volverse al seno de aquellos piadosos y fieles pueblos. «Dejadles, Padre; le decía con tristeza el Sacerdote que les acompañaba; dejadles clamar. ¡Ay! Dema– siados motivos tienen para llorar; porque lo que vos– otros poseéis hoy, nosotros lo tuvimos en otro tiempo.>) Muchas de estas familias no pudieron resignarse á dejará Loreto; les parecía que no era posible vi– vir no teniendo á la vista la Casa de la Santísima Virgen. La tierra 9.ue ella había pisado era para ellos su patria, y alh fijaron su residencia. Los Sobe– ranos Pontífices mandaron construir un hospital y hospicio para albergarlos, teniendo aquí origen la cofradía del Santísimo Sacramento, que hasta el tiempo de Pablo III fué llamada con el nombre de «Cofradía de los Esclavonios.» Todo lo referente á este capítulo está sacado de los antiguos historiadores de Loreto. La Angelita concibió el primer deseo de componer su histo-
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