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AL PERDER LA SANTA CASA. 53 blo II, León X, Gregorio XIII, Frbano YIII, Inocen– cio XI y Clemente XI, concedieron indulgencias, confirmaron y extendieron sus antiguos privilegios. La misma SantÍRima Yirg-en ha consagTado su ig·le– sia con ruidmms milagros, y no cesa de otorgar en ella RUS favores; con todo eRo, este explendor pa– rece como cubierto con un velo, y que un fondo de tristeza Re mezcla á·Rns alegrías; la ausencia de la Santa CaRa es su continua pena y sentimiento: pon– dré alg·unas estrofas del himno que todos los días, desde tiempo inmemorial, cantan los FranciscanoR al pie de ,;u altar: «¡Oh María! Yos vinisteis aquí »con vuestra CaRa, dulce y tierna Madre de Cris– »to, para dispensar gracias; Nazaret fué vuestra »cuna. pero Tersatz fué vuestro primer puerto »cuando buscabais un asilo. Esta morada nos la ha– »béis quitado, pero vos habéis quedado aquí, ¡oh »Reina de clemencia! y nosotros nos felicitamos que »nos juzguéis siempre dignos de vuestra presencia »maternal.» No hay duda que los dálmatas tienen un gran cariño á este Rantuario; el tiempo que estuvo con ellos la Casa de María eR una señal de su amor y protección. Una fuerza invencible les atrae hacia Loreto; los historiadores nos han dejado laR más conmovedoras relaciones ele sus peregrinaciones: «Pasados trescientos años (escribía el P. Torcellini en Hí97) desde que la Santa Casa se retiró de este país, y la herida de los dálmatas está todavía san– grando. Todos los años pasan el Adriático y vienen en graneles agrupaciones ú llorar la pérdida de la cuna rle l\Iaría, teniendo sólo una palabra en su boca, que es toda su oración, á la vez que una queja y la expresión de su pena: ,<vnélvete ¡o!t 1'1aría! vuélvete á nosotros.» Un siglo después, otro Religioso, Peniten– ciario de la Basílica de Loreto, oía estos lamentos

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