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SAN Ll'IS EX LA SA!i!TA CASA DE NAZARET. 43 nos: los santos y los personajes ilustres que afluyen á Palestina de diferentes partes del nmndo no ven satisfecha su piedad sino cuando han pasado de Je– rusalén á Nazaret; de la tumba del Salvador á la casa de su Madre. Desde el octavo siglo los musulmanes explota– ban la piedad de los crIStianos y les amenazaban fre– cuentemente con derribar la iglesia de Nazaret, para obligarles á rescatarla. En el siglo décimocuar– to, en que fué destruida, los autores dicen que vela– ban con el más solícito cuidado por la conservación de los restos que aún quedaban del santuario inte– rior, después de la primera traslación. La historia del Abad de Hi, redactada hacia el año fülO, marca el aspecto de estos santuarios en el momento mismo en que iban á sufrir profundas mo• dificaciones; instrumentos ciegos y terribles entre las manos de Dios eran los sarracenos que acababan de apoderarse de la Tierra Santa, y por un hábil cálculo, al mismo tiempo que despojaban á los cris– tianos, dejaban en pie las iglesias erigidas en los principales santuarios. Cuando se conocen las veja– ciones y peligros á que estaban expuestos los cris– tianos, sobre todo después que la dominación de los sarracenos tuvo que abrir paso á la de los turcos, muy de otra manera que aquellos bárbaros y des– tructores, no puede verse, sin experimentar un pro– fundo sentimiento de admiración, que el número de peregrinos no hubiese notablemente disminuido has– ta la primera Cruzada, provocada por estos ul– trajes. CAPÍTULO VII. SAN LUIS EN LA SANTA C.A.S.A. DE NA.Z.A.RET. La Palestina le tocó en suerte á Tancredo de

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