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,!2 SANTA ELENA Y OTROS BA:l!TOS EN rALESTl!'i'A. Constantino no sólo accedió á los deseos de su madre, sino que también puso á su disposición sus tesoros, que ella agotó en este santo empleo. Santa Elena cubrió de Basílicas todos los lugares en que Nuestro Señor y Redentor hubo cumplido los misterios de nuestra. salvación y de su amor, su Encarnación, su Pasión, su Resurrección y Ascen– sión. Todavía se ve la traza de la Basílica de Nazaret, en medio de las construcciones del convento de los Franciscanos, que cubren una parte de sus antiguas naves, de lo que ya me ocuparé más adelante. Pero antes debemos observar que lo mismo en Nazaret como en .Jerusalén y Belén, la casa entera de María fué con:,crvada religiosamente bajo el santuario de la nueva Basílica. Desde entonces todos los caminos que se dirigen á los Santos Lugares van llenos de peregrinos, pro– cedentes de lo más apartado del Oriente, como de Italia, Francia y España, separadas por el Océano y Mediterráneo del resto del mundo. San .Jerónimo, cuyo genio fuerte fué domado por la dulce influencia de la cuna del Salvador, no esta– ba de tal modo unido á su gruta de Belén, que no pensase también en Nazaret, y al hablar de este lu– gar santo, encuentra acentos llenos de ternura y de una gracia singular, queriendo que 1\Iarcela se deci– da á juntarse con Santa Paula y Santa Eustoquia, prometiendo llevarla á Nazaret, donde verá la flor de Galilea, bajo el misterio de este nombre. Y después cuando mandó á Eustoquia el epitafio de su madre, tiene buen cuidado de no olvidarse, en– tre los títulos que recomiendan la piedad de Santa Paula, el de que ésta se había apresurado á correr en Nazaret tras la dulce y cariñosa Madre del Señor. Estos sentimientos eran los de todos los cristia-
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