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38 LA SAGRADA FAMILIA EN NAZARET. A poco tiempo, la hora sefialada por el Eterno se había cumplido, y María recibe la tierna despedida de su Hijo en este mismo aposento en que fué con– cebido y se llamó madre. Jesús abandona su casa y sale de ella como el gigante que Ya á emprender su carrera, no volviendo á donde tuvo su cuna sino dos ó tres veces apenas; pero esta cuna no la ha olvida– do, sino que parece le acompaña á todas partos. Para todos, como para su Madre y para El mismo, será siempre Jesús de Nazaret, y los siglos venide– ros no preguntarún más, con Natanael, si de ::N"aza– ret puede venir algún bien. Consumada la gTan obra y cumplidos los miste– rios de su muerte y resurrección, antes de abando– nar la tierra y volver al seno de su Padre, Jesús re– unió á sus discípulos sobre una montaña de Galilea; el Tabor fné por segunda vez testigo de su gloria; á los pies del Tabor, distante dos horas y media, está situado Nazaret. Ningún otro lugar podía desper– tar en la Santísima Virgen y en los discípulos más tiernos recuerdos; el santuario estaba de antemano consagrado con la Encarnación del Verbo Divino, donde fné revestido de nuestra carne, y allí mismo la víctima mística fué inmolada por primera vez so– bre un altar cristiano. Todavía se ve y venera por los fieles en Loreto este altar, erigido por San Pedro, y en el que cele– bró la primera Misa en presencia de la Santísima Virgen. El altar es cuadrado, no muy grande, for– mado de piedras labradas con r~gularidad y unidas entre barro y argamasa. Varios autores, con Focas, nos aseguran que una inscripción, colocada en la parte anterior, manifestaba que alli, en aquel mismo sitio, fné donde la Madre del Salvador recibió el mensaje del Arcángel. Este altar estaba unido al ·muro adicional de la
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