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EN SU CASA DE :!>AZARET. 37 rece haber adoptado esta opinión (me limito á se– guir la opinión de la Iglesia, tal como resulta de las Bulas de los Soberanos Pontífices, desde Julio II á León XIII, y del Oficio mismo del Breviario); que dentro de los muros que todavía veneramos, la Vir– gen, concebida sin pecado, vino al mundo como la aurora que precede y anuncia al sol. Este paraíso de la tierra veía cumplirse misterios más augustos que los del Paraíso terrenal. La creación de Adán y Eva no habia sido sino una pálida é imperfecta imagen de esta doble concepción inmaculada y divina de la verdadera Madre de Dios y del verdadero Hijo de Dios. Es indiscutible que los primeros años de María se pasaron en esta bendita casa y que más tarde vol-..-ió ú habitarla con José, reserv}índola al matri– monio como dote de la Santísima Virgen. En ella recibió el mensaje del Arcángel, teniendo principio en su seno la salvación del mundo. El sol de la justicia alumbró con toda su gloria á este nuevo templo, delante del cual palidecieron los explendores del astro del día: en él recibe Dios, después de cuatro mil años de expectación, los pri– meros homenajes verdaderamente dignos de su in– finita majestad. Allí se retiró la Santa Familia de Egipto, y de allí partía todos los años para ir al templo de Jerusalén; bajo su techo vivió Jesús y es– tuvo sometido á María y José, creciendo en edad y sabiduría delante de Dios y de los hombres. Tam– bién en ese santo lugar fué donde el Patriarca ben– dito San José vió llegar el término de su misión so– bre la tierra, muriendo entre Jesús y María, entre– gando su espíritu en las manos de Aquel que se había dignado llamarle padre, mereciendo desde en– tonces para siempre que todos los cristianos le in– voquen como el abogado de la buena muerte y pa– dre protector de las familias.
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